En una de sus meditaciones filosóficas, el filósofo Héctor Brunamontini, nos habló de las soledades del hombre:
"De todo se nos puede privar, se nos puede encadenar pero hay algo de lo que no se nos puede privar, que es de la interioridad. En esa interioridad encontramos en el centro la libertad pero también habitan dos grandes posibilidades del hombre cuyo ejercicio, cuya praxis, cuya canalización muchos hombres no la hacen o la hacen muy pocas veces en su vida: la soledad y el silencio.
Normalmente cuando hablamos de la soledad nos estamos refiriendo a la soledad en un sentido, no digo peyorativo, sino en un sentido restrictivo. Entendemos normalmente por la soledad o la confundimos con el aislamiento, es decir el aislamiento también es una posibilidad para muchos hombres pero la soledad puede presentarse en una forma plurifacética: hay cuatro formas diríamos de soledad.
Sobre esto he trabajado durante un tiempo. Es una mínima cosecha, una mínima conquista. Hasta ahora cuando he hablado de esto nadie me ha criticado a fondo.
La soledad tiene cuatro formas de manifestarse. La primera soledad es la soledad de nuestro ser esencial. El hombre, decía Ortega, es soledad, soledad radical. Es decir, hay algo que es la soledad que nos podemos preguntar. La soledad del ser mismo del hombre. Aquello por lo que preguntamos es aquello que está cubierto o amparado por la soledad. Es el ser mismo del hombre, la mismidad. […] Esta soledad la podríamos llamar la soledad primera, la soledad originaria del hombre.
Luego está la soledad del aislamiento, lo que podríamos denominar la soledumbre, por analogía con la pesadumbre. Es la soledad no conquistada, la soledad no querida sino la soledad sufrida, la soledad que nos embarga, que nos golpea no por propia voluntad, no por haberla buscado, sino porque nos adviene de alguna manera desde afuera. Nos adviene del ambiente, nos adviene de la sociedad, nos adviene del lugar de la convivencia, nos adviene a veces de los propios lugares de amparo, de la propia casa. Es la soledad del exiliado, la soledad del marginado, la soledad de estos que todavía algunos llaman la resaca del mundo, que son los viejos […]. Para el común de la gente el que no es útil, el que aparentemente no sirve para nada, no tiene ya que ocupar un lugar. […] Es la soledad del enfermo terminal, que se lo rodea de aparatos, pero al que no le llega, a lo mejor, el consuelo de una mano amiga o una palabra amiga.
Luego está lo soledad real, la soledad buscada, la soledad querida, la soledad que es al mismo tiempo la base de toda alteridad. Porque solamente el que está solo puede darse cuenta de lo que vale lo demás para él. Solamente el que es capaz de refugiarse en sí mismo es capaz de salir de sí mismo hacia el otro, reconociéndolo y amándolo. Esto lo ha dicho como nadie Zubiri, el gran pensador español: “cuando el hombre está solo es cuando tiene la posibilidad de estar realmente acompañado. Porque cuando el hombre está solo siente pasar por el fondo de su alma como sombras silenciosas todo lo otro en tanto que le falta”. Por eso es que en la soledad el amor profundo, el amor que ya no tiene posibilidades de mostración o demostración externa pero es el amor conservado por aquél que ha desaparecido cuando nos damos cuenta de su valor. Es decir, en esa soledad nos damos cuenta de lo que valía. A veces, la mayor parte de las veces, alguien tiene que tomar esta distancia o alguien es obligado a tomar esta distancia frente a nosotros para darnos cuenta de lo que su presencia en el mundo significa. […] Es la soledad creadora, la soledad que nos abre a los otros, que nos abre a nosotros mismos, que nos abre al otro absoluto.
Y existe la soledad última que es la de la muerte, que es la que decía Unamuno que estamos tan solos que ni siquiera estamos a solas con nosotros mismos."
Y existe la soledad última que es la de la muerte, que es la que decía Unamuno que estamos tan solos que ni siquiera estamos a solas con nosotros mismos."