jueves, junio 26, 2014

Piropos, ¿una cuestión medieval?

Cuando hace algunos meses la Universidad Abierta Interamericana (UAI) realizó una encuesta donde se mostraba que una mayoría de mujeres viven el piropo callejero de una manera violenta, no fueron pocos los que señalaron, de manera despectiva, que el piropo callejero era una práctica medieval. Tales expresiones, más automáticas que reflexivas, tenían razón, aunque sólo desde el punto de vista histórico-geográfico y no así en el sentido despectivo que se le intentaba añadir. Efectivamente, los piropos, fueron una cuestión central de la llamada Edad Media.

Tal como señalara el filósofo J. Ortega y Gasset, en todas las épocas se ha deseado a la mujer, pero no en todas se la ha estimado: los antiguos griegos mantuvieron a sus mujeres en espacios muy reducidos, con funciones meramente de reproducción y hasta ubicadas en una parte concreta de la casa; el mundo romano permitió ciertas libertades a las mujeres, como la de asistir sola al teatro o al circo; con el auge del cristianismo los Padres de la Iglesia consideraron a la mujer como “soberana peste”, “puerta del infierno” o “arma del diablo”. Sólo en el siglo XII, durante la llamada Baja Edad Media, tal situación de la mujer parece modificarse con la aparición de toda una literatura trovadoresca que exalta a las altas damas medievales.

A principios del siglo XII, cuando Europa vive un tiempo de relativa paz y crecimiento económico, el cese de las guerras en algunas regiones hace que los caballeros medievales, acostumbrados a la soledad de los campamentos y a las borracheras, se retiren a la vida en los castillos. Allí pulen sus modales y su lenguaje y, en aquel espacio geográfico del sur de Francia, surge un fenómeno histórico llamado, posteriormente, amor cortés. El historiador francés, G. Duby, ha descripto este fenómeno repetidamente: un hombre “joven”, sin esposa legítima y con una educación no concluida, asedia a la dama dentro del castillo; ella es una mujer casada, en consecuencia, inaccesible para una sociedad medieval en donde la diferencia de linaje y de herencia funcionan como mecanismos prohibitorios de las uniones matrimoniales, y donde el adulterio de la esposa es pagado con su vida en caso de ser descubierta. En este contexto el joven debe seducir a la dama con elogios, piropos y canciones. La dama, tomando las medidas de seguridad, se entrega por partes ayudando a que el joven eduque sus más toscos impulsos amorosos.

Esta época coincide con un tiempo donde los lectores medievales cambian sus preferencias y dejan de lado la lectura de la poesía virgiliana, épica y guerrera, en tanto redescubren la poesía didáctico-amorosa ovidiana. En su obra El arte de amar, el poeta romano antiguo P. Ovidio, señala diversas estrategias de seducción, incluyendo ruegos, lágrimas, promesas y piropos. Los piropos no son selectivos sino que le caben a cualquier mujer. Dice Ovidio: “Se pueden aminorar los defectos dándoles otro nombre: llamarás «morena» a la que sea más negra por su raza que la pez de Iliria; si es bizca digamos que se asemeja a Venus; si es pelirroja a Minerva; digamos que es «fina de talle» a la que por su demacración más parece muerta que viva; si es delgada di que es «ligera»; si es gorda llámala «rellenita» y que la cualidad más próxima oculte el defecto”.

Ovidio es recuperado con gran fuerza en esta Baja Edad Media y frente al Estado de los guerreros y a la Iglesia de los clérigos, las altas damas medievales afirman su valor femenino, pasan a estar en el centro de una sociedad que las exalta, las elogia y las abruma con piropos y poemas como nunca antes se ha visto en la historia. El amor cortés, amor de piropos y halagos hacia la mujer, representa toda una novedad histórica que ha dejado una gran huella en nuestra cultura occidental.


Aunque no poco tiempo ha pasado de aquella época medieval, hemos conservado en nuestra vida cotidiana, muchas de las prácticas derivadas de este amor cortesano. Tal vez cuando piropeamos a una mujer en la calle, cuando cedemos un asiento, cuando le abrimos una puerta a alguien o cuando expresamos adagios como “las damas primero”, sigamos repitiendo, aun sin ser muy conscientes de ello, un viejo ritual que tiene más de ocho siglos de antigüedad. No obstante, la encuesta realizada por la UIA parece mostrar que muchas mujeres actuales viven el piropo de una manera muy distinta a cómo lo vivía la mujer medieval. Tampoco el piropo de hoy, en muchos casos, es similar al piropo de antaño. Cuando este piropo, originalmente cortés, es reemplazado por el acoso callejero, coercitivo y violento, consigue desnudar aspectos de una sociedad que aún no ha superado los peores prejuicios hacia las mujeres. Tampoco parece aportar mucho, a cualquier discusión racional al respecto, esa especie de paranoia colectiva feminista que exacerba un individualismo a ultranza cimentado en el “miedo al otro extraño que se acerca” y sumado a una actitud de aislamiento respecto a cualquier mundo humano fuera del círculo de los amigos virtuales. Quizás podríamos pensar, si recuperar el piropo medieval puede ser un programa todavía revolucionario frente a las actitudes “medievalistas” de acoso y violencia callejera, o bien, frente a estas ridículas paranoias feministas de pensar que, cuando alguien le habla a una mujer que le llamó la atención en una plaza, está cometiendo un pecado imperdonable.

Prof. Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, el día 22 de Junio del 2014.