jueves, noviembre 27, 2014

Privacidad e intimidad en el mundo digital

En principio quisiera moverme en un espacio intermedio entre lo que considero son los dos discursos predominantes en el actual mundo hiperconectado. Uno de ellos, al que podríamos llamar discurso anti-tecnológico, donde encontramos una serie de ideas más o menos coherentes: sostiene que existe una conspiración internacional, grupos de empresas tecnológicas y monopólicas que pretenden dominar nuestras mentes, corporaciones que nos manipulan a través del control digital etc. Aquellas personas que adhieren a estas ideas ven como salida o solución la “vuelta a la Naturaleza”, la vuelta al hombre que vive en armonía con la naturaleza sin el uso de todo el aparataje tecnológico que se le interpone. Así entonces, las redes sociales no son más que entretenimientos vacuos de gente chismosa que no tiene nada que hacer. Al mismo tiempo que predomina este discurso también lo hace uno opuesto: el discurso que, tanto sus seguidores como sus críticos, señalan como discurso individualista o narcisista. Aquí aparece la intimidad o la privacidad convertida en espectáculo, emerge un fanatismo irreflexivo que adhiere a toda novedad tecnológica y una nueva forma de pensar que redefine el principio filosófico cartesiano para decir: “Publico, luego existo”. Lo que está fuera de Internet, más concretamente fuera de las redes sociales, no existe.

Ambos discursos coinciden en algo: la aceptación de la borradura de las fronteras entre lo público y lo privado. Son notables las experiencias que podemos tener con poco de usar cualquier red social o correo electrónico. Basta ver que cuando uno acepta el contrato de una de las redes sociales más conocidas y utilizadas, ésta nos advierte que tomará de nosotros la información que requiera para operaciones internas. La inmensa mayoría de estos servicios de Internet, que tiene acceso masivo, están disponibles y financiados por la publicidad. Así entonces, redes y correos hacen una minería de datos y un rastrillaje, no solamente en un nivel de búsqueda de palabras sino también en un nivel de búsqueda semántica. Es por esta razón que cuando dos personas están chateando acerca de dónde ir a cenar en la noche, nuevas ventanas aparecerán ofreciendo restaurantes y casas de comida cercanas a la ubicación GPS de ambas personas.

El fenómeno no es nuevo y desde el Concilio de Trento, finalizado en 1563, se impulsó fuertemente el registro de datos personales como los nacimientos, los matrimonios y los fallecimientos. A partir de 1932, con la aparición de medios de almacenamiento magnético, se logró el registro de enorme cantidad de datos y se abrió el camino a la futura centralización de los mismos. Hoy asistimos a un fenómeno nuevo: la capacidad de almacenamiento roza el infinito e Internet ofrece la posibilidad de la inmortalidad digital. El derecho a que se olviden de nosotros entra en conflicto con el derecho al saber público. Cada vez que una corte de justicia obliga a un gran buscador a desindexar una página de Internet, no hace más que sacarla de los resultados de búsqueda, que son sólo el 4 o 5% de Internet, y dificultan el acceso a esa página que, sin embargo, permanece en lo que se llama la Deep Web, web profunda. Esta representa el 95% de Internet y va adquiriendo más interés por ser un espacio sin regulación aunque también un territorio fértil para mafias, asesinos a sueldo y pornografía infantil.

Se hace necesario, en vistas de que la privacidad parece imposible en los nuevos tiempos digitales, hacer una distinción entre intimidad y privacidad. La intimidad puede entenderse como una parte de nuestra privacidad y así entonces todos los asuntos íntimos serán privados pero no todos los asuntos privados serán íntimos. La intimidad tiene que ver con los pensamientos y sentimientos profundos de las personas, con ese fondo insobornable que todos tenemos, tal como lo llamaba el filósofo español Ortega y Gasset, y que es insobornable no sólo para el dinero o el halago sino para la ética, la ciencia y la razón. Nuestra intimidad puede ser desconocida incluso por las personas más próximas a la vez que compartimos la vida privada con ellas y pretendemos que esté protegida de aquellos que están fuera del círculo cercano o familiar.

Quizás no podamos gestionar nuestra privacidad en redes sociales y correos electrónicos pero sí somos dueños de nuestra intimidad y de su protección. Deberíamos admitir que en el contexto actual de hiperconectividad todos somos un poco espías desde el momento que abrimos un muro por simple curiosidad o tomamos actitudes de vigilancia como las que, recientemente, nos permite el doble tilde de Whatsapp. La prohibición, restricción y regulación de Internet irá abriendo camino e interesando a personas en nuevos espacios que hasta ahora sólo eran habitados por narcotraficantes y pedófilos. No deberíamos perder de vista que cuánto más personalizado tenemos nuestro teléfono móvil (smartphone) menos privacidad tenemos. Se hace imperiosa una negociación inteligente y crítica que escape del discurso antitecnológico y del fanatismo tecnológico irreflexivo. En el fondo, nuestro presente, debe debatirse un asunto sempiterno: a mayor control y pedido de regulación menor es nuestra libertad.

Prof. Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital, Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina.

jueves, junio 26, 2014

Piropos, ¿una cuestión medieval?

Cuando hace algunos meses la Universidad Abierta Interamericana (UAI) realizó una encuesta donde se mostraba que una mayoría de mujeres viven el piropo callejero de una manera violenta, no fueron pocos los que señalaron, de manera despectiva, que el piropo callejero era una práctica medieval. Tales expresiones, más automáticas que reflexivas, tenían razón, aunque sólo desde el punto de vista histórico-geográfico y no así en el sentido despectivo que se le intentaba añadir. Efectivamente, los piropos, fueron una cuestión central de la llamada Edad Media.

Tal como señalara el filósofo J. Ortega y Gasset, en todas las épocas se ha deseado a la mujer, pero no en todas se la ha estimado: los antiguos griegos mantuvieron a sus mujeres en espacios muy reducidos, con funciones meramente de reproducción y hasta ubicadas en una parte concreta de la casa; el mundo romano permitió ciertas libertades a las mujeres, como la de asistir sola al teatro o al circo; con el auge del cristianismo los Padres de la Iglesia consideraron a la mujer como “soberana peste”, “puerta del infierno” o “arma del diablo”. Sólo en el siglo XII, durante la llamada Baja Edad Media, tal situación de la mujer parece modificarse con la aparición de toda una literatura trovadoresca que exalta a las altas damas medievales.

A principios del siglo XII, cuando Europa vive un tiempo de relativa paz y crecimiento económico, el cese de las guerras en algunas regiones hace que los caballeros medievales, acostumbrados a la soledad de los campamentos y a las borracheras, se retiren a la vida en los castillos. Allí pulen sus modales y su lenguaje y, en aquel espacio geográfico del sur de Francia, surge un fenómeno histórico llamado, posteriormente, amor cortés. El historiador francés, G. Duby, ha descripto este fenómeno repetidamente: un hombre “joven”, sin esposa legítima y con una educación no concluida, asedia a la dama dentro del castillo; ella es una mujer casada, en consecuencia, inaccesible para una sociedad medieval en donde la diferencia de linaje y de herencia funcionan como mecanismos prohibitorios de las uniones matrimoniales, y donde el adulterio de la esposa es pagado con su vida en caso de ser descubierta. En este contexto el joven debe seducir a la dama con elogios, piropos y canciones. La dama, tomando las medidas de seguridad, se entrega por partes ayudando a que el joven eduque sus más toscos impulsos amorosos.

Esta época coincide con un tiempo donde los lectores medievales cambian sus preferencias y dejan de lado la lectura de la poesía virgiliana, épica y guerrera, en tanto redescubren la poesía didáctico-amorosa ovidiana. En su obra El arte de amar, el poeta romano antiguo P. Ovidio, señala diversas estrategias de seducción, incluyendo ruegos, lágrimas, promesas y piropos. Los piropos no son selectivos sino que le caben a cualquier mujer. Dice Ovidio: “Se pueden aminorar los defectos dándoles otro nombre: llamarás «morena» a la que sea más negra por su raza que la pez de Iliria; si es bizca digamos que se asemeja a Venus; si es pelirroja a Minerva; digamos que es «fina de talle» a la que por su demacración más parece muerta que viva; si es delgada di que es «ligera»; si es gorda llámala «rellenita» y que la cualidad más próxima oculte el defecto”.

Ovidio es recuperado con gran fuerza en esta Baja Edad Media y frente al Estado de los guerreros y a la Iglesia de los clérigos, las altas damas medievales afirman su valor femenino, pasan a estar en el centro de una sociedad que las exalta, las elogia y las abruma con piropos y poemas como nunca antes se ha visto en la historia. El amor cortés, amor de piropos y halagos hacia la mujer, representa toda una novedad histórica que ha dejado una gran huella en nuestra cultura occidental.


Aunque no poco tiempo ha pasado de aquella época medieval, hemos conservado en nuestra vida cotidiana, muchas de las prácticas derivadas de este amor cortesano. Tal vez cuando piropeamos a una mujer en la calle, cuando cedemos un asiento, cuando le abrimos una puerta a alguien o cuando expresamos adagios como “las damas primero”, sigamos repitiendo, aun sin ser muy conscientes de ello, un viejo ritual que tiene más de ocho siglos de antigüedad. No obstante, la encuesta realizada por la UIA parece mostrar que muchas mujeres actuales viven el piropo de una manera muy distinta a cómo lo vivía la mujer medieval. Tampoco el piropo de hoy, en muchos casos, es similar al piropo de antaño. Cuando este piropo, originalmente cortés, es reemplazado por el acoso callejero, coercitivo y violento, consigue desnudar aspectos de una sociedad que aún no ha superado los peores prejuicios hacia las mujeres. Tampoco parece aportar mucho, a cualquier discusión racional al respecto, esa especie de paranoia colectiva feminista que exacerba un individualismo a ultranza cimentado en el “miedo al otro extraño que se acerca” y sumado a una actitud de aislamiento respecto a cualquier mundo humano fuera del círculo de los amigos virtuales. Quizás podríamos pensar, si recuperar el piropo medieval puede ser un programa todavía revolucionario frente a las actitudes “medievalistas” de acoso y violencia callejera, o bien, frente a estas ridículas paranoias feministas de pensar que, cuando alguien le habla a una mujer que le llamó la atención en una plaza, está cometiendo un pecado imperdonable.

Prof. Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, el día 22 de Junio del 2014.  

martes, abril 29, 2014

Entrevista a Antonio Escohotado: "El capitalismo está en crisis terminal desde enero de 1848"

Antonio Escohotado (Madrid, 1941) es un filósofo español y quizás uno de los pensadores actuales más importantes de su país. Traductor de Hobbes, Jefferson y Newton, comenzó su carrera escribiendo sobre los presocráticos, mitología occidental, crímenes sin víctima y hasta un tratado de Metafísica, que define como “poesía en prosa”. Su pasión es la filosofía y sus dos grandes maestros Hegel y Hume. Con la libertad como tema recurrente, ha acabado documentando variantes internas y externas del miedo: la de cada cual a sí mismo (por no saber administrar sus placeres) y la orientada hacia el vecino, cuando resulta ser amigo de lo ajeno. La primera se vincula a sus investigaciones sobre el uso de drogas psicoactivas en distintas culturas, y la segunda a las centradas en el llamamiento a una lucha de clases y el rechazo de la sociedad comercial, que vertebran el proyecto comunista.


Polémico por su famosa obra Historia general de las drogas, de 1.600 páginas, que le valió una denuncia por apología a la droga precisamente durante su visita a la Argentina en 1996, emprendió hace 14 años la empresa gigantesca de documentar y contextualizar las manifestaciones comunistas desde el siglo I a.C., cuando aparecen las primeras noticias escritas. Su primer tomo salió en el año 2008, el segundo en 2013 y ya está trabajando en el tercero. Políticamente incorrecto, despreciado por los conservadores por proponer la derogación del prohibicionismo farmacológico (“el experimento fue la Prohibición, y no procede legalizar un derecho inmemorial, sino derogar el experimento”) y criticado por las izquierdas radicales por sus ideas liberales y su defensa del mercado, es uno de esos filósofos marginales que tienen mucho para decir y su voz vale la pena ser escuchada. Con una amabilidad extraordinaria accede a responder mis preguntas vía correo electrónico.

Una idea que atraviesa su obra Los enemigos del comercio es su crítica a todos aquellos que a lo largo de la historia han afirmado que la propiedad privada es un robo y el comercio su instrumento. ¿Cree que esta opinión es más extendida entre los intelectuales, religiosos, políticos, filósofos, historiadores y académicos que entre el resto de las personas? Si es así, ¿a qué se debe?

El libro no “critica” a los enemigos del comercio, limitándose por ahora a exponer los avatares de una actitud sempiterna desde la secta esenia –que interpreta el mandamiento no hurtarás como no tendrás bienes privados- hasta el abrazo de Chávez y Ahmadinejad. El tercer volumen terminará con unas Conclusiones donde sí pienso introducir algún elemento valorativo. Lo segundo que me pregunta parece ser si el comunismo tuvo y tiene apoyo mayoritario, o es más bien un ideal religioso y filosófico. Mi estudio, que cubre por ahora dos milenios, no encuentra un solo lugar y momento donde sus adeptos superasen un tercio del censo electoral (fue el caso de Checoslovaquia a finales de 1945), acercándose más habitualmente a una proporción que oscila entre el 1,1% -en la Comuna parisina de 1848- y el 8% observado en la República de Weimar. De ahí que su instauración se haya visto precedida siempre por golpes de estado.     
    
Su obra Los enemigos del comercio guarda gran similitud, por su envergadura y pretensión, con la obra La sociedad abierta y sus enemigos (1945) del filósofo K. Popper. ¿Hay enemigos comunes o diferencias significativas entre ambas obras?

Admiro a Popper por libros como los que analizan el historicismo o la lógica de la investigación científica. Pero La sociedad abierta y sus enemigos es un texto que maneja sistemáticamente fuentes secundarias, metiendo en un cajón de sastre a Platón, Aristóteles y Hegel por simple falta de familiaridad con sus obras. Se parece en eso a la contemporánea Historia de la filosofía occidental de Russell, un texto becado por la universidad de Harvard que ella misma rechazó por “desinformado y arbitrario”, reclamando la devolución del dinero percibido en forma de adelanto. Mi investigación –Los enemigos del comercio: Una historia moral de la propiedad- maneja siempre fuentes primarias en primer término, añadiendo según los casos más o menos documentación de segunda mano
   
Usted ha definido al Estado como “el límite institucional al egoísmo subjetivo” y ha señalado que “mercado” significa no verse sujeto a órdenes sobre qué producir ni qué consumir, y que la negación de ello vulnera la autonomía de la voluntad. ¿Cómo compatibilizar la libre autonomía de la voluntad con el límite impuesto por el Estado al egoísmo subjetivo? ¿Está la intervención estatal reñida con la libertad individual?

Hegel definía la libertad como “conciencia de la necesidad”, y Montesquieu como “poder hacer lo que debemos”.  Libertad y responsabilidad son cara y cruz de la misma moneda. Si ser libre fuese –según pretendió en origen Bakunin- “movernos como pájaros sin barreras”, respetar las leyes atentaría contra el albedrío individual. Pero eso es una trivialidad incoherente, pues solo vulnera nuestra autonomía obedecer normas tiránicas, entendiendo por tales las emanadas de algún autócrata pisoteando la diferencia entre derecho, moral e ideología. El derecho no puede protegernos de nosotros mismos sin convertirse en moralina doctrinaria, granjeándose el justo desprecio que han ido suscitando las diversas Cruzadas, y no es exagerado afirmar que quien respeta leyes injustas se convierte en cómplice suyo.    
     
En su obra señala que el comunismo cristiano y comunismo marxista tienen el mismo programa y ha visto la similitud entre el mensaje del Nuevo Testamento (el Sermón de la montaña y la Parábola de los obreros en la viña) y el Manifiesto comunista (1848) de Marx y Engels. Sin embargo, ¿no pueden encontrarse en el Nuevo Testamento expresiones que pueden vincularse más al liberalismo que al marxismo? Pienso, por ejemplo, en temas como la separación de poderes en frases como “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” o en la invitación a comerciar que se encuentra en la Parábola de los talentos.

Por supuesto, Jesús es una figura más liberal que totalitaria, y a mi juicio dos de sus afirmaciones –que no haya más sacrificados con la excusa de “expiación”, y que nuestro tribunal supremo es el fuero interno, la conciencia- dividen la historia de Occidente en un antes y un después. Por ejemplo, soy agnóstico sin perjuicio de considerarme cristiano, pues la primacía del fuero interno me parece el paso definitivo para consolidar la revolución moral iniciada por Sócrates. Sin embargo, como arquetipo mesiánico –un chivo expiatorio transformado en vengador de cierto grupo, cuyo triunfo convertirá a los primeros en últimos, santificando a los pobres de espíritu en detrimento de todos cuantos no sean sumisos parvulus- representa el rencor, la barbarie y en general la sumisión de los medios al fin.  

Pasemos a Latinoamérica, ¿cómo ve los gobiernos populistas latinoamericanos como los de Chávez y Maduro, Morales, Correa o los Kirchner que hasta hace poco muchos de sus propagandistas afirmaban que Europa estaba en crisis por seguir un “modelo de ajuste” y no querer aprender del “modelo de crecimiento” latinoamericano? 

Vengo de Lima, donde intervine en una mesa de la Fundación para la Libertad y conocí a María Corina Machado. Comparémosla psicosomáticamente con la señora Kirchner, o al señor Morales con Dilma Rouseff, y tendremos un modelo actualizado de la polémica evocada por el Sermón de la Montaña evangélico. Unos intentan ser realistas, los otros prefieren sustituirlo por algún victimismo que permita prolongar el rencor social, racial y doctrinal.  

Una de las características de gran parte de los gobernantes e intelectuales latinoamericanos es su antiyanquismo, ¿cuánto tiene esto que ver con un odio pasional, la envidia, el desprecio por el mérito y el éxito comercial estadounidense antes que con un examen autocrítico y racional?

El imperio norteamericano es el más progresista de los conocidos, y gracias a los yanquis no estamos bajo el yugo de algún totalitarismo. Derrotaron a Hitler y frenaron a Stalin. Por supuesto, no son Hermanitas de la Caridad, como las monjas de hospitales, pero quien les odie genéricamente no parte de una autocrítica racional.

Cambiando de tema, ¿son las nuevas tecnologías e Internet la posibilidad de llevar a cabo la “democracia directa” y con ello aportar mayor libertad? ¿Cómo evalúa esta posibilidad teniendo en cuenta las vigilancias masivas denunciadas por Assange y Snowden? ¿Son ellos los nuevos héroes de la libertad como ha manifestado recientemente el filósofo esloveno Slavoj Žižek?

La primera pregunta acabo de contestarla con Internet y nuestro vacío, un artículo que encuentra de inmediato en Google. Snowden no nos ha revelado nada merecedor de violar su promesa de confidencialidad, y que la CIA u organismos afines peinen la Red tratando de controlar el terrorismo no me preocupa lo más mínimo (salvo por la ineficacia del  plan hasta ahora). Cuando meter las narices en asuntos de otros induzca o prevenga crímenes concretos volveremos sobre el asunto. Dedico algunas líneas del tomo III al autonombrado filósofo esloveno Zizek, porque su panfleto sobre Lenin empieza ignorando los datos más elementales sobre dicho personaje, y no me extraña que convierta en héroe a cualquier desaprensivo.

Luego de la crisis financiera del 2008 muchos han manifestado que el capitalismo está en crisis: ¿estamos en una crisis terminal? ¿Hay alternativa a la sociedad de mercado?

El capitalismo –y habría que añadir privado, pues el estatal existe desde los primeros Imperios, y florece todavía en La Habana y Pyongyang- está en crisis terminal desde enero de 1848, cuando aparece el Manifiesto de Engels y Marx, por no decir desde el Manifiesto de los Iguales de 1794, donde Babeuf y sus secuaces declaran: “Vuelven los días de la Restitución general. Perezcan todas las artes en aras de la igualdad. ¿Qué pueden unos pocos miles contra la masa, que encuentra su felicidad al alcance de la mano?”


Tampoco me cabe duda de que el capitalismo constituye un fenómeno evolutivo, y el futuro deparará sorpresas quizá centradas en instituciones como un salario social, porque el último gran cambio es andar rezagados ante el avance técnico, y todo nuestro mundo gira en torno a unos pocos fabricantes/inventores. El resto, hasta siete u ocho mil millones de personas, estará tanto mejor cuanto más a cubierto se encuentre de redentores mesiánicos. Los integristas seguirán incordiando, porque ese es el alma que les tocó en suerte, aunque los demás podríamos concentrarnos en los dos desafíos primarios: saber transmitir a nuestra descendencia el sentido de la abnegación, y reducir la disipación de energías finalmente almacenadas por eones de luz solar. Si no fuésemos capaces de lograr lo primero –y está cada vez más difícil-, el ritmo de despilfarro energético pondrá en peligro demasiadas cosas a la vez. 

Por Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, el día 27 de Abril del 2014

sábado, febrero 15, 2014

La estrechez ideológica en la docencia

No hay nada que me parezca tan aborrecible y repudiable como aquellas personas que intentan ponerle un límite intelectual, que también en el fondo es material, y boicotear las inquietudes de los otros. En una reciente reunión de docentes, a días de comenzar las clases, uno de ellos, ante la posibilidad de orientar la formación de los alumnos del secundario a programas de estudios superiores o universitarios, interrumpió la reunión gritando: “No! No! No podemos hacer eso, no podemos olvidar el perfil de nuestro estudiantado”. Los estudiantes a los que se refería son estudiantes que, en general, si bien no están en situaciones de extrema marginalidad, atraviesan por situaciones de pobreza grave, adicciones, problemas de familia y con la justicia, pero que aun así asisten al colegio. No puedo más que señalar, en la expresión del docente, dos nocivos prejuicios que fundan esa expoliación disfrazada de aspiración justiciera: el primero tiene que ver con una rancia cuestión ideológica y el segundo con una estrechez en la percepción del mundo laboral en la actual sociedad poscapitalista.

En primer lugar, cuando se dice que el perfil de un estudiante no da para un estudio superior, y más cuando esta afirmación viene de un docente, se recae en el ingenuo prejuicio de creer que las personas tienen una especie de condición social e intelectual esencialista, o sea, la de “ser pobre”, que además de condenarlo a apenas mejorar sus indigentes condiciones de vida se le niega cualquier aspiración intelectual que pueda competir con la de, por ejemplo, tal docente. Y no es azaroso ni casual que muchos docentes, aún los más reflexivos y charlatanes, se ubiquen frente a estos alumnos desde un pedestal iluminado del cual piensan que tienen autoridad para juzgar y decidir en sus vidas: “esto sí lo podés hacer” o “para esto a vos no te da la cabeza”. Con no poca soberbia y una mirada conservadora no son dispuestos a admitir que todos estos estudiantes están en “situación de pobreza”, una situación que puede modificarse a diferencia del que piensa en términos esencialistas de  “ser pobre” que parece algo estático, fijo y sin futuro.  Tal “situación de pobreza” seguramente no cambiará si los estudiantes tienen la mala suerte de cruzarse con docentes que no los incentivan con propuestas que logren salir de sus actuales horizontes de vida y que, además, solo se limitan a decir “esto no es para vos” o “a vos no te da para esto”. Es la actitud ideológica de creer en ese esencialismo de la condición social, el de la “pobritud”, lo que lleva a tales docentes al convencimiento del futuro mediocre de sus estudiantes.

En segundo lugar, me gustaría reparar en otro prejuicio que quizás sea compartido por muchos más docentes además del anterior: el prejuicio de la superioridad del estudio superior o universitario, en términos de felicidad y de buen pasar económico, por sobre el de la formación en oficios. El docente en cuestión, conserva en su imaginario la idea de que el estudio superior o universitario (el que él mismo realizó) es la meta máxima del hombre, un lugar de unos pocos privilegiados que una vez que han alcanzado tal objetivo sólo pueden estar condenados al éxito. Siendo muy pocos los elegidos y los intelectualmente aptos para acceder a tales academias privan a sus alumnos menos dotados (por su condición esencialista de “ser pobre”) de tales beneficios existenciales y económicos. Esto no es más que consecuencia de una estrecha y ordinaria percepción de la actual dinámica económica mundial, donde cada vez se solicita menos “papelería académica” y se busca más idoneidad.  A propósito de esto, son las más grandes empresas tecnológicas, que justamente trabajan con la materia gris, quienes han cambiado hace tiempo el método de búsqueda de empleados titulados por la búsqueda de empleados idóneos que han adquirido capacidades laborales, que no excluyen al mundo universitario, por múltiples canales: cursos de formación profesional y por Internet, reuniones en comunidades extraacadémicas, autodidactismo etc. De más está decir que ni la felicidad ni el deshago económico están garantizados si se sigue una u otra opción, pero negar una en favor de otra, sólo puede entenderse si las personas que lo sostienen tienen una mirada todavía anclada en el capitalismo del siglo XIX e ignoran las tendencias de las actuales sociedades del conocimiento.

El filósofo español Miguel de Unamuno enseñaba que “sólo el que ensaya lo absurdo es capaz de conquistar lo imposible”. ¿A dónde vamos con tanto rollo? A concluir que cualquier intento de limitar la intelectualidad del otro es equivalente a quitarle la libertad, a embrutecerlo cuando se le ocultan posibilidades concretas de realización, a resignarnos a “lo que hay” porque es para “lo que les da”, a convertirnos en mediocres maestros burócratas que administramos la vida de “los pobres e inferiores”, a ignorar que las personas pueden modificar radicalmente su vida con mérito, suerte y esfuerzo. No sería bueno cerrar ninguna puerta, donde menos pensemos siempre salta la liebre. Incentivemos creativamente a cada persona para que puede inventarse la vida que más le guste y no seamos egoístas pensando en que nuestro mundo es el único válido, hay todavía muchos mundos por inventar.

Prof. Nicolás Martínez Saéz

martes, enero 07, 2014

Nuevas formas del "retorno a la Naturaleza"

El “retorno a la Naturaleza” es un tópico en la filosofía, la literatura y el cine. El anhelo de abandonarlo todo (marido o esposa, padres, hijos y trabajo) para volver y perderse en la naturaleza incivilizada es quizás uno de los temas que reaparecen en cada momento histórico donde la civilización, lo artificial, el mundo tecnológico y la cultura se manifiestan amenazantes, indolentes y asfixiantes. Surgen de este modo los discursos que proponen una vuelta o retorno a la Naturaleza, un anhelo, consciente o inconsciente, del paraíso perdido de donde fueron expulsados Adán y Eva, un intento de recuperar aquella divinidad incaica de la Pachamama, protectora y proveedora, un anhelo común donde el pasado pasa a ser la esperanza del futuro y donde cobra fuerza la añoranza que refleja aquel famoso verso de Manrique: “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Repetimos que este anhelo no es ninguna novedad. En la antigüedad, el filósofo cínico Diógenes de Sinope reivindicaba a la naturaleza animal como forma de vida superior opuesta a las convenciones de la decadente civilización. Diógenes practicaba una falta de pudor deliberada masturbándose o teniendo relaciones sexuales en público y despreciando los productos de la civilización tales como el lujo y el dinero. En otro tiempo, cuando el Imperio Romano estaba en plena expansión civilizatoria, algunos romanos defendían los valores tradicionales de la vida campestre frente a la vida urbana: el autoabastecimiento y el canje de lo sobrante frente al comercio y la usura promovidos por la civilización. Durante la modernidad, J. Rousseau (1712-1778), encarnó la posición filosófica más radical contra la sociedad civilizada y reivindicó la vida campestre como el ideal máximo de acercamiento a la vida natural. Fue el mismo Rousseau quien promocionó las ventajas de la vida animal, por estar menos sujeta a las dolencias que la vida de los hombres. En el siglo XIX, Henry D. Thoreau, poeta y escritor estadounidense, construyó una cabaña en el bosque para dedicarse a la escritura y la observación de la Naturaleza, decidió no pagar más sus impuestos y emprendió duras consigas contra la civilización. Thoreau concluyó que el ser humano es más parte integral de la Naturaleza que un miembro de la sociedad.

En la actualidad podemos sospechar de las nuevas formas que adquiere este tópico de “retorno a la Naturaleza”. Quizás una de ellas esté dada por aquellas corrientes o modas ideológicas que abogan por el exclusivo consumo de alimentos naturales. En algunos casos tales discursos adquieren un matiz que casi roza el fanatismo religioso. El veganismo, una práctica con pretensiones éticas que promueve la abstención del consumo de productos de origen animal y sus derivados tales como huevos y lácteos, parece ser un nuevo anhelo de “retorno a la Naturaleza”. Leslie Cross, miembro fundador de la Vegan Society, ha señalado que la práctica del veganismo es la doctrina en la cual los humanos viven sin explotar a los animales. Esto nos impulsaría a preguntarnos acerca de cuáles son los supuestos en que se basan tales doctrinas. ¿No existe detrás de ellas una convicción en la armonía y bondad de la Naturaleza opuesta a la maldad intrínseca del hombre? ¿No hay entre sus supuestos una idea del hombre como un ser cualitativamente diferenciado de los animales y que por eso mismo debe cuidar, con moralidad rigurosa, de los seres inferiores?

Tales cuestiones no dejan de ser problemáticas. En primer lugar, pensar en las bondades de la Naturaleza resulta tan ingenuo que no parece resistir el menor análisis. La Naturaleza, lejos de ser un lugar armonioso para el hombre, se presenta fundamentalmente hostil: huracanes, sismos y sin ir más lejos las tormentas, los días de excesivo calor o excesivo frío no deberían hacernos olvidar que tales elogios a la Naturaleza son posibles desde nuestros cómodos sillones dentro de nuestras iluminadas y calefaccionadas casas. ¿Qué sería del ser humano si no hubiera desarrollado la técnica para sobrellevar tales calamidades? En segundo lugar, la diferencia entre el animal y el hombre es un tema de difícil dilucidación, pero pretender sin más que el hombre es un ser que no debe explotar a otros seres vivos y al mismo tiempo reivindicar una vida natural olvidando que, en esa vida de la Naturaleza, los más fuertes se comen a los más débiles resulta una contradicción escandalosa. Tampoco deja de ser llamativo que muchos de los que se dedican a expandir prácticas naturalistas lo hacen utilizando los elementos más avanzados y complejos del mundo cultural civilizado: computadoras portátiles, teléfonos celulares de última generación y tecnologías de Internet como redes sociales y sitios webs.

Así las cosas, todo intento de acercarse a la Naturaleza parece encontrarse con una dificultad paradójica. Cuanto más intento imitar a la Naturaleza y despojarme de mi cultura, cuando más intento acercarme a la Naturaleza, investigarla y conocer sus “reglas” para ajustarme estrictamente a ella, es cuando más me alejo de ella creando técnicas, conocimientos y reflexiones que conforman a su polo opuesto: la cultura. Es por esta razón, que el filósofo español J. Ortega y Gasset hablaba de la ficción de la naturalidad, una ficción que cuanto menos reconozca la intervención humana como reflexiva e innatural más se aleja de ella haciendo más complicada, sutil y refinada la farsa. Algo de esta paradoja vislumbraba el filósofo y matemático B. Pascal cuando señalaba que si la costumbre (cultura) es una segunda naturaleza, entonces esa naturaleza no sería más que una primera costumbre (cultura).


Algunos perspicaces veganos objetan que su doctrina no es un movimiento ecológico o naturalista sino un modo de vida ético que respeta los derechos de los animales. Respondiendo así, harían que su propuesta se desmarcara del tópico de “retorno a la Naturaleza” y más bien constituiría una propuesta cultural más, dentro de nuestra sociedad. Si así fueran las cosas, deberían mantener a raya a todos aquellos pequeños y caprichosos ricachones, que rápidos a hacer impugnaciones y reproches morales, atacan a las personas que, con igual derecho y quizás menos dinero, deciden comerse, en vez de una compleja hamburguesa de vegetales exóticos, un crocante y sequito asado dominguero.

Prof. Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, el día 05 de Enero del 2014