martes, enero 15, 2019

Fernando Broncano: "La inteligencia artificial determinará una reingeniería de las relaciones y consumos."


Fernando Broncano (1954) es doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca y catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. Especialista en cuestiones vinculadas a la tecnología, la filosofía y la cultura, ha publicado recientemente Cultura es nombre de derrota (2018), un libro que bucea en las relaciones tejidas entre la cultura y el poder, en un recorrido histórico que recobra el origen y significados del término que en la actualidad se utiliza como cliché en todos los contextos y bajo toda circunstancia. 

Muchos especialistas anuncian que la actual revolución tecnológica hará desaparecer trabajos haciendo surgir otros nuevos. ¿Qué diferencia existe en nuestra época respecto a anteriores revoluciones tecnológicas?

Comienzo por la pregunta para tratar después la frase que la encabeza. Respecto a otras revoluciones tecnológica (la microelectrónica de los años 60, la eléctrica de los años veinte, la del uso de combustibles derivados del petróleo de comienzos del siglo XX, la de la industria química del XIX, la tecnología del vapor de comienzos del XIX, etc.) la actual se caracteriza por la explotación de la información y no solamente la energía o las materias primas. La información abarca desde lo microfísico (nanotecnologías), pasando por lo biológico (bioingenierías) al mundo de lo digital y a la vida cotidiana a través de los big data y las analytics. Del mismo modo que los siglos XIX y XX explotaron la energía, las sociedades contemporáneas han descubierto el poder de los datos representados como información por los poderosos medios de tratamiento tecnológico. En los niveles más complejos implica el uso de tratamientos que aprenden por sí mismos y toman decisiones. Son las inteligencias artificiales, que realizan tareas que hasta hace poco solamente parecían ser el dominio de lo humano, e incluso en velocidad y cantidad de datos superan a las capacidades humanas. Estas nuevas tecnologías, como ocurre en las grandes revoluciones, influyen para que otras tecnologías se adapten a su uso, e incluso los hábitos sociales son transformados por su influencia. El resultado final es una progresiva “reingenierización” de todos los pasos de la producción al consumo, incluyendo también todas las ingenierías sociales como la comunicación, la seguridad o la organización social. Esto ya se ha producido múltiples veces (Marx detectaba en el Manifiesto comunista que esta transformación era la regla más que la excepción bajo la hegemonía de la burguesía), pero ahora tiene una peculiaridad, que es el hecho de que puede afectar como fuentes de mercantilización a muchas de las funciones humanas, por ejemplo, y quizás sea lo más importante, la atención. 
Respecto a la desaparición del trabajo, la respuesta es doble. En primer lugar, no está clara cual será la tasa de sustitución de trabajo humano por trabajo de máquinas. Puede ser que la implantación de trabajo de máquinas, por ejemplo, en automóviles autónomos, exija una considerable cantidad de trabajo humano de control, de servicios sociales de coordinación, etc. Las inteligencias artificiales son muy buenas en entornos bien definidos, pero tienen dificultades en entornos abiertos e impredecibles y, por suerte o desgracia, el entorno humano es así: abierto e impredecible. En segundo lugar, si lo anterior estuviese equivocado, algo que desgraciadamente es dudoso, simplemente plantearía un problema nuevo de ingeniería social, el de cómo redistribuir el trabajo en las sociedades para producir lo mismo empleando menos trabajo, de modo que se vaya disolviendo la distancia entre trabajo mecánico y trabajo creativo. Pero esto nos lleva a la necesidad de una conciencia social diferente sobre el lugar del trabajo y la superación de su mera concepción como mercancía para permitir la reproducción humana para concebirlo como un ejercicio de creatividad y transformación del orden en beneficio de la vida y de la sociedad. 

¿Qué implicancias tiene la edición de genes recientemente realizada en China por He Jiankiu?

Las técnicas CRISP entrañan el uso de un mecanismo biológico de corta y pega de ADN empleado ya por las bacterias. Su descubrimiento y uso abre múltiples campos de trabajo e investigación que son muy sensibles por los potenciales riesgos múltiples que afectan a la trama global de la vida y, en el caso del ser humano, al mismo fundamento de la reproducción social. Son técnicas, como tantas otras, que deben de estar sometidas a un riguroso control ético y político. Lo que ha ocurrido con He Jiankiu es que ha sucumbido a la política de competitividad tecnológica que ha instaurado el gobierno chino y que subordina el cambio tecnológico a deseos políticos y económicos más que una reflexión ética. Construir niños a medida, tal como parece insinuar su experimento de edición de los genomas en la fecundación in vitro para introducir un gen que produzca resistencia innata al HIV, abre un escenario más que peligroso si no se controla desde el comienzo. Todos los pronunciamientos éticos y políticos de las comunidades científicas prohíben el diseño de humanos no terapéutico. Es ahora el momento para detener la proliferación de estas investigaciones sin control- 

¿Por qué se extiende el movimiento antivacunas?

El movimiento antivacunas que se extiende epidémicamente por el mundo es uno de los signos más claros de la nueva forma de sociedad del conocimiento en la que estamos entrando. Internet ha modificado sustancialmente las relaciones de autoridad de los expertos en todos los campos, pero especialmente en el de la salud y el bienestar. Cada quien se ha convertido en un experto en sí mismo y la salud de sí y sus familiares. ¿Quién no lee artículos de popularización médica? Las secciones de alimentación, salud y sexualidad de los periódicos están ya manteniendo a las de noticias y política. En los años noventa me preguntaba cómo sería una sociedad sin institución-ciencia. Pensaba que, como la democracia, la ciencia es también un invento reciente (ambas con unas breves anticipaciones en Atenas y Alejandría respectivamente) y posiblemente ambas son tan perecederas como lo fueron en Grecia. Ahora lo estamos viendo, también en los dos casos. Los declives de la democracia y de la ciencia van rápidos y de la mano. Bienvenidos al mundo de las redes. Al menos es más barato. En vez de sistemas públicos de salud tendremos consultas a la red en 5G que nos informarán mejor de lo que nos conviene a nosotros y a nuestros hijos. En el siglo VII de nuestra era la tecnología romana y bizantina alcanzó picos desconocidos en la historia. Bizancio podía defenderse de bárbaros y enemigos mediante poderosas armas y barcos, pero nadie era capaz de leer las matemáticas alejandrinas. Allí se desarrolló la fase siguiente del conocimiento que llamamos "discusiones bizantinas". Nihil novum sub sole.

¿Es la expansión de las pseudociencias, en materia de salud, una reacción inversamente proporcional a la deshumanización de la medicina occidental?

Posiblemente. Hay múltiples factores que llevan hacia el crecimiento de las pseudo-ciencias: uno es la sospecha extendida, y por desgracia bastante confirmada, de que múltiples veces la industria de la salud subordina al beneficio propio los intereses generales. Otro es la facilidad de acceso a textos y opiniones en la red que están fuera del sistema controlado por pares de la investigación científica. La cuestión es que muchos de estos textos transmiten ideas que no siempre están basadas en la experiencia científica, en la discusión abierta y en los controles rigurosos de prueba, que son caros, lentos y llevan tiempo. El resultado es que la gente se acoge a las esperanzas que suscitan ciertas promesas de salud o felicidad sin que sus promotores hayan pagado el costo del control de calidad científica de sus propuestas. El deseo y la esperanza, tan humanos, sin embargo, pueden llevar a la ceguera y al pensamiento mágico. En otros tiempos, la religión cubría estas zonas oscuras de la racionalidad humana, ahora lo hacen las pseudociencias. 

Prof. Nicolás Martínez Sáez
Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata. Buenos Aires, Argentina