sábado, enero 30, 2016

Big Data: ¿revolución o dictadura?

“Estimado cliente, debido a la frecuencia cardíaca registrada por su reloj inteligente (smartwatch), durante los últimos cinco años, lamentamos notificarle que hemos rechazado su solicitud para adherirse a nuestros servicio de salud prepaga”. No es de extrañar que, en los próximos años, mensajes de este tipo sean cada vez más frecuentes en nuestra vida cotidiana. Al afán por registrar digitalmente todo, todo el tiempo, le seguirá lo que algunos han llamado el oro del siglo XXI: el “Big Data”, del cual, está todo por pensar y, también, todo por escribir.

Cuando efectuamos una búsqueda en Google, hacemos un clic en el botón “Me gusta” de Facebook o compartimos algo en la red, no dejamos de alimentar a inmensas bases de datos dispersas alrededor del mundo que registran los miles de miles de millones de operaciones que día a día realizamos los usuarios de Internet. Vivimos en la Era del Big Data, o como ha sido traducido al español, la Era de los Datos Masivos. La capacidad de almacenamiento digital casi ilimitada, el bajo costo de las memorias y el amplio uso de teléfonos, relojes y otros dispositivos inteligentes hacen posible nuevas formas de comprender, explicar y actuar en el mundo.

En un artículo polémico del año 2008, publicado en la revista Wired y  titulado “El Fin de la Teoría: el diluvio de datos hará obsoleto el método científico”, el escritor Chris Anderson sostuvo que los científicos no deben conformarse con modelos incompletos o equivocados y ni siquiera debieran trabajar utilizando modelos teóricos. La masividad de datos almacenados permite otro tipo de análisis que reemplaza la conjetura, el análisis causal o semántico por la correlación fundada en las matemáticas aplicadas. Es por esto que el método de Google, ideal de trabajo para los futuros científicos, puede traducir entre idiomas sin “conocerlos” y posibilitar que los empleados que trabajan en el servicio de traducción español-chino no tengan que saber absolutamente nada del idioma chino. Todo se resuelve con datos sin necesidad de conocer teoría alguna. Si los modelos son siempre imperfectos e incompletos respecto a la totalidad de la realidad, ¿por qué no “escuchar” lo que nos dice la perfecta y objetiva totalidad de los datos?. La correlación permite vincular, dentro del mar de datos,  una variable con otra sin necesidad de recurrir a modelo teórico alguno. Anderson sostiene que no debe interesarnos por qué la gente hace lo que hace sino simplemente saber que lo hace, y a partir de un gran número de datos podremos medir, seguir y predecir casi cualquier cosa. De esta manera, propone olvidar las taxonomías, la ontología y la psicología. Con una cantidad suficiente, los datos “hablarán” por sí solos sin necesidad de teoría previa. Antes del Big Data, los científicos consideraban que los datos sin modelo eran puro ruido. Ahora, los datos masivos hacen obsoletas a las hipótesis, los modelos y los testeos. En el año 2013, Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier escribieron un libro ineludible para todo aquel que quiera adentrarse en el tema: “Big Data: la revolución de los datos masivos”. Allí profundizaron las ideas de Anderson sosteniendo que los datos masivos son un paso importante en el esfuerzo de la humanidad por cuantificar y comprender el mundo. Los datos masivos llevarían a que la sociedad abandone su preferencia por la causalidad y aproveche los beneficios de la correlación: predecir atascos en las rutas, prevenir enfermedades y detener delincuentes antes de que delincan serían algunos de los beneficios que Schönberger y Cukier vislumbran para el futuro. A pesar de presentar al Big Data en su aspecto más positivo y revolucionario para la humanidad, los autores señalan los peligros a los que nos puede conducir una dictadura de los datos. Aclaran que al igual que la imprenta que preparó el terreno para las leyes que garantizaban la libertad de expresión - que no existían antes, al haber tan poca expresión escrita por proteger - la Era de los Datos Masivos precisará nuevas reglas para salvaguardar la inviolabilidad del individuo.

El auge de las nuevas tecnologías ha hecho borrosas las fronteras entre lo público y lo privado. Sin embargo, la cuestión de la privacidad parece desplazarse fuera de esta dicotomía desde el momento en que miles de millones de personas comparten gustosamente sus datos en las redes sociales. ¿Tiene todavía sentido hablar de proteger nuestra privacidad cuando compartimos indiscriminadamente nuestros datos (videos, fotos, pensamientos etc.) en Internet? Se hace necesario reorientar nuestra mirada hacia la responsabilidad individual en el uso de las nuevas tecnologías para no recaer en un victimismo justificado en expresiones como “los datos me obligaron a hacerlo” y que convierta al Big Data en un chivo expiatorio donde depositar todas nuestras culpas y frustraciones.

Llamativamente, y al compás de gran parte de los desarrollos filosóficos del siglo XX y XXI, Schönberger y Cukier sostienen que una vez más nos encontramos en un callejón sin salida en el que “Dios ha muerto”, es decir, que las certezas en las que creíamos están cambiando una vez más, pero, al decir de los autores, esta vez están siendo reemplazadas irónicamente por pruebas más sólidas. La frase “Dios ha muerto”, popularizada por el filósofo alemán Federico Nietzsche ha sido interpretada como una afrenta directa al cristianismo pero que incluye, a su vez también, a toda la tradición filosófica occidental que va de Sócrates en adelante y que ha postulado, de diferente manera, la idea de un mundo verdadero y no terrenal contrapuesto a otro de la apariencia y sensible. El término “Dios” puede ser reemplazado, en el pensamiento de Nietzsche, para designar al mundo suprasensible, es decir, al ámbito de los valores e ideales espirituales que constituyeron, históricamente, el fundamento del pensamiento occidental. Para nombrar a este movimiento histórico donde los valores supremos van perdiendo vigencia, Nietzsche utiliza la expresión “Nihilismo”.

En 1887 Nietzsche sostiene proféticamente que el Nihilismo es falta de metas y de respuestas a la pregunta “¿por qué?”. Es exactamente esto, tal como lo afirman sus promotores, lo que hace del Big Data una nueva manera de comprender el mundo, prescindiendo de la pregunta del porqué y de toda búsqueda de causas que expliquen la realidad. El Big Data constituye una nueva manifestación del Nihilismo que pretende ocupar el lugar del Dios muerto. El dato objetivo, incuestionable, evidente e inapelable aparece dentro de nuestro horizonte cultural como el nuevo Dios a cuyos pies debemos rendirnos. Pensar o actuar contra la evidencia de los datos será propio de aquellos cuya razón se encuentre trastocada por alguna emoción “irracional” o, bien, por una fe “ingenua”. Sin embargo, ambas formas de obrar serán el ámbito de resistencia y de defensa de la libertad individual.

Indiferenciadas, filosofía y ciencia occidental, surgen en el siglo VII a.C. motivadas por el asombro, la duda y las situaciones límites que llevan a la búsqueda sin término de fundamentos últimos y constitutivos de la realidad. Preguntar el porqué de las cosas es lo opuesto a aceptar acríticamente que “las cosas son así”. El abandono del “¿por qué?” es la renuncia a la pregunta auténticamente filosófica frente a un espíritu de época que, montado en la ola de la revolución tecnológica, prefiere cuantificar y datificar todo lo viviente en lugar de pensar y examinarlo. No otra cosa quería decir el maestro griego Sócrates cuando afirmaba que una vida sin examen no merece ser vivida.

Prof. Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina.
Link: http://www.lacapitalmdp.com/noticias/Espectaculos/2016/01/09/293422.htm