“Estimado
cliente, debido a la frecuencia cardíaca registrada por su reloj inteligente
(smartwatch), durante los últimos cinco años, lamentamos notificarle que hemos
rechazado su solicitud para adherirse a nuestros servicio de salud prepaga”. No
es de extrañar que, en los próximos años, mensajes de este tipo sean cada vez
más frecuentes en nuestra vida cotidiana. Al afán por registrar digitalmente
todo, todo el tiempo, le seguirá lo que algunos han llamado el oro del siglo
XXI: el “Big Data”, del cual, está todo por pensar y, también, todo por
escribir.
Cuando
efectuamos una búsqueda en Google, hacemos un clic en el botón “Me gusta” de
Facebook o compartimos algo en la red, no dejamos de alimentar a inmensas bases
de datos dispersas alrededor del mundo que registran los miles de miles de
millones de operaciones que día a día realizamos los usuarios de Internet.
Vivimos en la Era del Big Data, o como ha sido traducido al español, la Era de
los Datos Masivos. La capacidad de almacenamiento digital casi ilimitada, el
bajo costo de las memorias y el amplio uso de teléfonos, relojes y otros
dispositivos inteligentes hacen posible nuevas formas de comprender, explicar y
actuar en el mundo.
En un artículo
polémico del año 2008, publicado en la revista Wired y titulado “El Fin de la Teoría: el diluvio de
datos hará obsoleto el método científico”, el escritor Chris Anderson sostuvo
que los científicos no deben conformarse con modelos incompletos o equivocados
y ni siquiera debieran trabajar utilizando modelos teóricos. La masividad de
datos almacenados permite otro tipo de análisis que reemplaza la conjetura, el
análisis causal o semántico por la correlación fundada en las matemáticas
aplicadas. Es por esto que el método de Google, ideal de trabajo para los
futuros científicos, puede traducir entre idiomas sin “conocerlos” y
posibilitar que los empleados que trabajan en el servicio de traducción
español-chino no tengan que saber absolutamente nada del idioma chino. Todo se
resuelve con datos sin necesidad de conocer teoría alguna. Si los modelos son
siempre imperfectos e incompletos respecto a la totalidad de la realidad, ¿por
qué no “escuchar” lo que nos dice la perfecta y objetiva totalidad de los
datos?. La correlación permite vincular, dentro del mar de datos, una variable con otra sin necesidad de
recurrir a modelo teórico alguno. Anderson sostiene que no debe interesarnos
por qué la gente hace lo que hace sino simplemente saber que lo hace, y a
partir de un gran número de datos podremos medir, seguir y predecir casi
cualquier cosa. De esta manera, propone olvidar las taxonomías, la ontología y
la psicología. Con una cantidad suficiente, los datos “hablarán” por sí solos
sin necesidad de teoría previa. Antes del Big Data, los científicos
consideraban que los datos sin modelo eran puro ruido. Ahora, los datos masivos
hacen obsoletas a las hipótesis, los modelos y los testeos. En el año 2013,
Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier escribieron un libro ineludible para
todo aquel que quiera adentrarse en el tema: “Big Data: la revolución de los
datos masivos”. Allí profundizaron las ideas de Anderson sosteniendo que los
datos masivos son un paso importante en el esfuerzo de la humanidad por
cuantificar y comprender el mundo. Los datos masivos llevarían a que la sociedad
abandone su preferencia por la causalidad y aproveche los beneficios de la
correlación: predecir atascos en las rutas, prevenir enfermedades y detener
delincuentes antes de que delincan serían algunos de los beneficios que
Schönberger y Cukier vislumbran para el futuro. A pesar de presentar al Big
Data en su aspecto más positivo y revolucionario para la humanidad, los autores
señalan los peligros a los que nos puede conducir una dictadura de los datos.
Aclaran que al igual que la imprenta que preparó el terreno para las leyes que
garantizaban la libertad de expresión - que no existían antes, al haber tan
poca expresión escrita por proteger - la Era de los Datos Masivos precisará
nuevas reglas para salvaguardar la inviolabilidad del individuo.
El auge de las
nuevas tecnologías ha hecho borrosas las fronteras entre lo público y lo
privado. Sin embargo, la cuestión de la privacidad parece desplazarse fuera de
esta dicotomía desde el momento en que miles de millones de personas comparten
gustosamente sus datos en las redes sociales. ¿Tiene todavía sentido hablar de
proteger nuestra privacidad cuando compartimos indiscriminadamente nuestros
datos (videos, fotos, pensamientos etc.) en Internet? Se hace necesario
reorientar nuestra mirada hacia la responsabilidad individual en el uso de las
nuevas tecnologías para no recaer en un victimismo justificado en expresiones
como “los datos me obligaron a hacerlo” y que convierta al Big Data en un chivo
expiatorio donde depositar todas nuestras culpas y frustraciones.
Llamativamente,
y al compás de gran parte de los desarrollos filosóficos del siglo XX y XXI,
Schönberger y Cukier sostienen que una vez más nos encontramos en un callejón
sin salida en el que “Dios ha muerto”, es decir, que las certezas en las que
creíamos están cambiando una vez más, pero, al decir de los autores, esta vez
están siendo reemplazadas irónicamente por pruebas más sólidas. La frase “Dios
ha muerto”, popularizada por el filósofo alemán Federico Nietzsche ha sido
interpretada como una afrenta directa al cristianismo pero que incluye, a su
vez también, a toda la tradición filosófica occidental que va de Sócrates en
adelante y que ha postulado, de diferente manera, la idea de un mundo verdadero
y no terrenal contrapuesto a otro de la apariencia y sensible. El término
“Dios” puede ser reemplazado, en el pensamiento de Nietzsche, para designar al
mundo suprasensible, es decir, al ámbito de los valores e ideales espirituales
que constituyeron, históricamente, el fundamento del pensamiento occidental. Para
nombrar a este movimiento histórico donde los valores supremos van perdiendo
vigencia, Nietzsche utiliza la expresión “Nihilismo”.
En 1887
Nietzsche sostiene proféticamente que el Nihilismo es falta de metas y de
respuestas a la pregunta “¿por qué?”. Es exactamente esto, tal como lo afirman
sus promotores, lo que hace del Big Data una nueva manera de comprender el
mundo, prescindiendo de la pregunta del porqué y de toda búsqueda de causas que
expliquen la realidad. El Big Data constituye una nueva manifestación del
Nihilismo que pretende ocupar el lugar del Dios muerto. El dato objetivo,
incuestionable, evidente e inapelable aparece dentro de nuestro horizonte
cultural como el nuevo Dios a cuyos pies debemos rendirnos. Pensar o actuar
contra la evidencia de los datos será propio de aquellos cuya razón se
encuentre trastocada por alguna emoción “irracional” o, bien, por una fe
“ingenua”. Sin embargo, ambas formas de obrar serán el ámbito de resistencia y
de defensa de la libertad individual.
Indiferenciadas,
filosofía y ciencia occidental, surgen en el siglo VII a.C. motivadas por el
asombro, la duda y las situaciones límites que llevan a la búsqueda sin término
de fundamentos últimos y constitutivos de la realidad. Preguntar el porqué de
las cosas es lo opuesto a aceptar acríticamente que “las cosas son así”. El
abandono del “¿por qué?” es la renuncia a la pregunta auténticamente filosófica
frente a un espíritu de época que, montado en la ola de la revolución
tecnológica, prefiere cuantificar y datificar todo lo viviente en lugar de
pensar y examinarlo. No otra cosa quería decir el maestro griego Sócrates
cuando afirmaba que una vida sin examen no merece ser vivida.
Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina.
Link: http://www.lacapitalmdp.com/noticias/Espectaculos/2016/01/09/293422.htm
No hay comentarios.:
Publicar un comentario