Año 1308, ¿quién
podría prever que un poeta convertido al cristianismo sería quien inventara la
primera máquina lógica de la historia occidental? Es en la obra del filósofo
mallorquín laico, trovador y místico, Ramón Llull (1232-1315), donde se halla
uno de los más remotos registros de los orígenes de nuestras modernas
computadoras. Su vida ha sido la de una mente y un corazón inquieto. Durante
sus años de juventud, Llull, se entregó a los placeres y deleites mundanos,
escribiendo gran cantidad de poesía amorosa y cortesana que tenía de
inspiración, entre sus principales tópicos, al amor adúltero. A la edad de treinta
años, y mientras escribía poesías eróticas, se le presentó la imagen de Cristo
crucificado. En cada intento de retomar la escritura, Cristo se le volvía a
aparecer. Ya en la quinta y última aparición, Llull decide abandonar la poesía
y convertirse al cristianismo. A partir de allí, dedicará su vida a tres
objetivos: (1) predicar el cristianismo, como mártir, en los territorios del
norte de África dominados por la religión musulmana; (2) intentar convencer a
reyes, príncipes y al Papa de crear escuelas donde enseñar el idioma árabe y
(3) construir el más poderoso arte (máquina) capaz de convertir a los infieles
musulmanes y judíos al cristianismo.
Luego de su conversión
y de su escaso éxito con los dos primeros objetivos, Ramón Llull dedica todas
sus energías a la construcción de lo que llamó el Ars Magna, una máquina en pergamino y tinta, un constructo
teórico-lógico que a través de complejos mecanismos, que contenían definiciones
de principios absolutos y relativos, círculos, triángulos y tablas, permitiría crear
numerosas combinaciones determinando la verdad o falsedad de cualquier
proposición acerca del mundo, del hombre y de Dios. El Ars Magna fue concebido como una herramienta para convertir a los
musulmanes y judíos al cristianismo católico, demostrando que sus ideas eran
erróneas y llevándolos a aceptar los dogmas de la fe católica. Así entonces,
los infieles musulmanes, que investigarían en el Ars Magna cuestiones como por ejemplo, si el mundo es eterno, podrían
descubrir, luego de una serie de combinaciones complejas, que sólo es verdadera
la proposición contraria y católica: el mundo no es eterno sino que fue creado
por Dios. El Ars Magna se sostenía a
base de axiomas (definiciones de los atributos de Dios: Bondad, Grandeza,
Verdad etc. y otras de la totalidad de los entes de la realidad: Ángel, Cielo,
Hombre etc.) extraídos del sentido común medieval y aceptado por los creyentes
de las tres religiones monoteístas: cristianos, musulmanes y judíos.
Por tanto, ¿qué tiene
que ver toda esta cuestión con la informática? El asunto es que Llull fue un precursor
de muchos elementos esenciales utilizados en la ulterior teoría computacional:
combinatorias, variables y lenguajes formalizados. Tales elementos fueron retomados
y ampliados, en la modernidad, por el filósofo Leibniz que dio paso a la
búsqueda de lenguajes artificiales perfectos y que es el antecedente más
directo de la actual inteligencia artificial. Si bien la máquina de Llull no
funcionaba de una manera puramente mecánica, sino que requería de un usuario
que la interpretara, estaba dotada de una cierta autonomía que no la hacía
depender, para su logrado sistema sintáctico, de ninguna autoridad externa.
No son pocos los
historiadores y estudiosos que han visto en Llull a un precursor de la ciencia
informática y la inteligencia artificial. Algunos filósofos como Werner Künzel,
utilizando un lenguaje contemporáneo, han sugerido que la figura de Llull es la
de un hacker filosófico con acceso a los bancos divinos de datos. En Llull
podemos encontrar a un hombre que no ha hecho más que buscar el código de Dios,
un código infalible capaz de convertir a cualquier creyente a la fe católica y
de capturar, en su lógica, a toda la realidad. En esta búsqueda, Llull sentó
las bases de un desarrollo posterior inimaginable para el mundo medieval.
La experiencia de
Llull nos invita a reflexionar acerca de los fines de las construcciones
teóricas, científicas y tecnológicas. ¿Cómo una máquina construida en el
medioevo para convertir infieles al cristianismo, resulta ser el germen de una
de las disciplinas más novedosas del siglo XX y XXI? Pensar el aporte de Llull
nos hacer recordar que nada hemos recibido como caído del cielo, sino que todo nuestro
mundo cultural es el fruto de generaciones y generaciones que nos preceden y que
crearon a partir de un determinado contexto sociohistórico. La informática y la
inteligencia artificial, tal como hoy la conocemos, no son más que hijas
bastardas crecidas al calor de la contienda militar que marcó a fuego y sangre
a Occidente: la Segunda Guerra Mundial. En consecuencia, la sospecha de que
muchas nuevas tecnologías surgen por y gracias a las disputas políticas,
religiosas y militares o bien, gracias al afán de conquista y dominio humano,
parece reforzarse, dejando así poco espacio para pensar en otras posibles motivaciones,
más loables y menos sanguinarias, para el surgimiento y desarrollo de la
creatividad humana.
Prof. Nicolás Martínez Sáez
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