sábado, febrero 15, 2014

La estrechez ideológica en la docencia

No hay nada que me parezca tan aborrecible y repudiable como aquellas personas que intentan ponerle un límite intelectual, que también en el fondo es material, y boicotear las inquietudes de los otros. En una reciente reunión de docentes, a días de comenzar las clases, uno de ellos, ante la posibilidad de orientar la formación de los alumnos del secundario a programas de estudios superiores o universitarios, interrumpió la reunión gritando: “No! No! No podemos hacer eso, no podemos olvidar el perfil de nuestro estudiantado”. Los estudiantes a los que se refería son estudiantes que, en general, si bien no están en situaciones de extrema marginalidad, atraviesan por situaciones de pobreza grave, adicciones, problemas de familia y con la justicia, pero que aun así asisten al colegio. No puedo más que señalar, en la expresión del docente, dos nocivos prejuicios que fundan esa expoliación disfrazada de aspiración justiciera: el primero tiene que ver con una rancia cuestión ideológica y el segundo con una estrechez en la percepción del mundo laboral en la actual sociedad poscapitalista.

En primer lugar, cuando se dice que el perfil de un estudiante no da para un estudio superior, y más cuando esta afirmación viene de un docente, se recae en el ingenuo prejuicio de creer que las personas tienen una especie de condición social e intelectual esencialista, o sea, la de “ser pobre”, que además de condenarlo a apenas mejorar sus indigentes condiciones de vida se le niega cualquier aspiración intelectual que pueda competir con la de, por ejemplo, tal docente. Y no es azaroso ni casual que muchos docentes, aún los más reflexivos y charlatanes, se ubiquen frente a estos alumnos desde un pedestal iluminado del cual piensan que tienen autoridad para juzgar y decidir en sus vidas: “esto sí lo podés hacer” o “para esto a vos no te da la cabeza”. Con no poca soberbia y una mirada conservadora no son dispuestos a admitir que todos estos estudiantes están en “situación de pobreza”, una situación que puede modificarse a diferencia del que piensa en términos esencialistas de  “ser pobre” que parece algo estático, fijo y sin futuro.  Tal “situación de pobreza” seguramente no cambiará si los estudiantes tienen la mala suerte de cruzarse con docentes que no los incentivan con propuestas que logren salir de sus actuales horizontes de vida y que, además, solo se limitan a decir “esto no es para vos” o “a vos no te da para esto”. Es la actitud ideológica de creer en ese esencialismo de la condición social, el de la “pobritud”, lo que lleva a tales docentes al convencimiento del futuro mediocre de sus estudiantes.

En segundo lugar, me gustaría reparar en otro prejuicio que quizás sea compartido por muchos más docentes además del anterior: el prejuicio de la superioridad del estudio superior o universitario, en términos de felicidad y de buen pasar económico, por sobre el de la formación en oficios. El docente en cuestión, conserva en su imaginario la idea de que el estudio superior o universitario (el que él mismo realizó) es la meta máxima del hombre, un lugar de unos pocos privilegiados que una vez que han alcanzado tal objetivo sólo pueden estar condenados al éxito. Siendo muy pocos los elegidos y los intelectualmente aptos para acceder a tales academias privan a sus alumnos menos dotados (por su condición esencialista de “ser pobre”) de tales beneficios existenciales y económicos. Esto no es más que consecuencia de una estrecha y ordinaria percepción de la actual dinámica económica mundial, donde cada vez se solicita menos “papelería académica” y se busca más idoneidad.  A propósito de esto, son las más grandes empresas tecnológicas, que justamente trabajan con la materia gris, quienes han cambiado hace tiempo el método de búsqueda de empleados titulados por la búsqueda de empleados idóneos que han adquirido capacidades laborales, que no excluyen al mundo universitario, por múltiples canales: cursos de formación profesional y por Internet, reuniones en comunidades extraacadémicas, autodidactismo etc. De más está decir que ni la felicidad ni el deshago económico están garantizados si se sigue una u otra opción, pero negar una en favor de otra, sólo puede entenderse si las personas que lo sostienen tienen una mirada todavía anclada en el capitalismo del siglo XIX e ignoran las tendencias de las actuales sociedades del conocimiento.

El filósofo español Miguel de Unamuno enseñaba que “sólo el que ensaya lo absurdo es capaz de conquistar lo imposible”. ¿A dónde vamos con tanto rollo? A concluir que cualquier intento de limitar la intelectualidad del otro es equivalente a quitarle la libertad, a embrutecerlo cuando se le ocultan posibilidades concretas de realización, a resignarnos a “lo que hay” porque es para “lo que les da”, a convertirnos en mediocres maestros burócratas que administramos la vida de “los pobres e inferiores”, a ignorar que las personas pueden modificar radicalmente su vida con mérito, suerte y esfuerzo. No sería bueno cerrar ninguna puerta, donde menos pensemos siempre salta la liebre. Incentivemos creativamente a cada persona para que puede inventarse la vida que más le guste y no seamos egoístas pensando en que nuestro mundo es el único válido, hay todavía muchos mundos por inventar.

Prof. Nicolás Martínez Saéz