domingo, diciembre 01, 2013

Entrevista a Darío Sztajnszrajber: "Volver a convertir a la filosofía en una herramienta de transformación de la realidad"

Tus programas en televisión, lo que haces en el teatro con Filosofía + Música y ahora la publicación del libro “¿Para qué sirve la filosofía?” parecen ser rupturas con un cierto academicismo cerrado en sí mismo que se aleja cada vez más de la vida cotidiana y de las preocupaciones de la gente. ¿Cómo ves esto?

Creo que en problema en general con la academia filosófica no está tanto en la entidad de la academia en sí mismo sino en su pretensión hegemónica. No creo que pueda existir una filosofía sin una academia pero lo que me parece importante es que deban existir otras formas de hacer filosofía que no sea solo la académica. Y creo que lo que viene sucediendo en las instituciones filosóficas es que tienen como una pretensión de dominancia apropiándose de la supuesta definición esencial de lo que es la filosofía. A mí, al revés, si bien crecí y me formé en la academia filosófica, me formé en la Universidad de Buenos Aires, hoy mismo sigo dando clases e interactuando con la academia que me parece un mundo fascinante del que aprendí mucho y en el que trabajo mucho, me parece que el problema con la academia es que se cree la única manera legítima de hacer filosofía cuando hoy en día hay otras formas que abren otros tipos de perspectivas. Por eso entiendo que negar la academia es incurrir en el mismo tipo de acción violenta con la que la academia se refiere a los que hacemos otros tipos de filosofía. ¿Cuáles son esos otros tipos de filosofía? Podríamos agruparlos en dos grandes subconjuntos: (1) la docencia, que yo la separaría de la vida académica y esto no significa que no haya docencia académica, que también es un problema cuando el que te da clases de filosofía cree que está, mientras da las clases, leyendo un paper. Entonces, la clase de filosofía termina siendo la lectura vacua y formal de una investigación cuando sabemos que lo más interesante de la docencia filosófica es la transferencia que se genera con el alumno y la sensación de que está circulando una idea que nos está abriendo a todos. Y me parece que la docencia siempre fue vista por la investigación académica como una ciudadana de segunda de la filosofía y lo interesante es cómo emancipar a la docencia de la investigación y sobre todo en un país como el nuestro en donde la docencia de filosofía en un 98% está destinada a gente que no es de filosofía. Y por eso hace falta otro tipo de trabajo en el aula para el que la academia no forma. (2) Y luego tenemos una novedosa faceta, más propia de nuestros tiempos, que es la divulgación, un hecho inédito y novedoso y que si históricamente la docencia fue ciudadana de segunda, la divulgación no fue ciudadana. La divulgación siempre fue considerada por fuera de lo legal o bien como algo liviano, una pérdida de rigor que la deja por fuera del discurso filosófico o bien como un discurso que busca efectos tales como vender o aprovecharse de la filosofía para otros tipos propósitos. Me parece que los que hacemos divulgación encontramos en ella que se puede ser riguroso y, además, recuperar el propósito originario de la filosofía que es sacarla de estos encorsetamientos en los que ha caído y volverla a convertir en una herramienta de transformación de la realidad. Obviamente nadie pretende hacer de la divulgación un reemplazo de la academia, lo único que se pretende, al revés, es que la filosofía se desborde a sí misma y explote en sus diversas manifestaciones.

En el libro “¿Para qué sirve la filosofía?” decís que la filosofía puede ser entendida como un género literario, ¿esto de alguna manera hace de la filosofía un saber inútil?

Bueno, es una relación interesante. En realidad, que la filosofía sea un género literario lo que hace es sacarla de un pedestal con el que tradicionalmente se entendió la filosofía en esa vieja idea de uno de los tantos Platón, que en la República, decía que el filósofo ama contemplar la verdad. Ese amor por la verdad pondría al que hace filosofía en un lugar de acceso privilegiado a las estructuras de lo real haciendo de la filosofía casi una fundamentación de todo saber. Decir que la filosofía es un género literario es desacralizarla y mostrar que ese pedestal tiene más que ver con el poder que con la verdad. Y entonces sí se relaciona con la idea de un saber inútil en la medida en que se cuestiona por qué todo tiene que ser útil. Hablar de la filosofía como un saber inútil no es decir que la filosofía no sirve para nada sino plantear por qué todo tiene que servir para algo. Y desde ese lugar, me parece, que la filosofía como género literario propone una perspectiva más de relación del ser humano con la creación de sentido y que en la medida en que es creación de sentido permite múltiples aproximaciones. Yo entiendo la pregunta filosófica realmente como una forma de escritura, una forma de relacionar ideas que no es muy distinto de lo que es la poesía en algún punto. La poesía parte del mismo tipo de material que parte la filosofía, las palabras, pero hay un tipo de composición de las palabras que hace que se genere un lenguaje distinto al lenguaje cotidiano. El lenguaje de la filosofía me parece igual: la operación, la matriz, es la misma que la de la poesía, se combinan una serie de palabras y se genera un tipo de lenguaje distinto al lenguaje de la cotidianeidad. Por eso cuesta tanto entrar a la filosofía porque en principio parece que estamos haciendo algo inútil y absurdo pero las preguntas de la filosofía ponen en absurdo todas las utilidades propias de la cotidianeidad y, entonces, desde ese lugar, la inutilizan.

A lo largo del libro, vos planteas que la filosofía debe deconstruir aquellas certezas que se presentan como tales y todas aquellas respuestas que pretender ser últimas por lo menos en las cuestiones existenciales. ¿Esto nos lleva necesariamente a un escepticismo o todavía podemos seguir pensando a la filosofía como búsqueda de verdad aunque no de verdades absolutas y definitivas sino más bien provisionales tal como mencionás en algunas partes del libro?

Nunca diría “debe” como empezás la pregunta. Volviendo a la pregunta anterior la filosofía es un género literario y como tal es una de las tantas formas en las que nos relacionamos con las cosas. Si alguien no hace filosofía, al igual que si alguien no hace poesía… me parece que nadie se muere si no hace filosofía. Te provee una alternativa, que tenemos potencialmente pero que algunos deciden desarrollar y otros no. A mí me interesa mucho esa faceta y me parece que realmente  propone algo interesante en la construcción de sentido, pero no más que eso.

¿No hablarías de verdades provisionales?

Sí, hablaría, pero no hablaría de esa cosa más tradicional que entiende que el que hace filosofía ocupa un lugar de mayor supremacía o porque es más profundo, o porque es más serio o porque alcanza un grado de reflexión diferente. Me parece que siempre le ha hecho muy mal a la filosofía pensarse a sí misma con algún tipo de superioridad con respecto al resto de los saberes. En relación a tu pregunta, creo que el escepticismo es una forma de emancipación del ser humano. Me siento muy cómodo con una filosofía escéptica en la medida que se entiende al escepticismo como la puesta en cuestión o la sospecha de toda verdad revelada en sus múltiples formatos. Porque esa revelación religiosa a lo largo de los últimos siglos va cobrando otro tipo de revelaciones. La sociedad de consumo tiene mucho de religioso por ahí circulando. Me parece interesante recuperar, justamente, el sentido socrático de la filosofía: demoler, deconstruir, desmontar a todos aquellos que se presentan como dueños de un acceso privilegiado a la verdad. Frente a eso, ese escepticismo es emancipador porque te saca de encima y te permite desmarcarte de todo dogmatismo que termina imponiéndose y construyendo un orden a su imagen y semejanza. La pregunta que siempre aparece es ¿qué propone la filosofía? porque el escepticismo se queda en un mero cuestionamiento y parecería no generar una propuesta. A mí me parece que esto que vos llamás verdades provisorias, en el libro lo llamamos estados de extrañamientos, que tiene que ver con entender que uno no puede no estar atravesado por una serie de verdades, el tema es que no son verdades en sentido concreto porque esas verdades sabemos que en cada momento se están reinventando porque estamos abiertos a lo que el otro nos puede traer desde su diferencia. Digamos, si todavía se pudiese llamar verdad a este tipo de construcción podríamos decir que es una verdad débil, diría Vattimo, o una verdad provisoria. A mí me gusta pensarme viviendo en un mundo en el que parto de cierta certeza siempre abierta a poder cambiarla. De esta manera, te colocás frente a la realidad en un lugar, primero más abierto, y segundo más incierto. Y me parece que desde ese lugar se propone una democratización del saber y sobre todo de la persona que no se siente esclavizada a ningún tipo de dogma previo.

En tu libro entiendo que esbozas una crítica a la teoría de verdad de Heidegger en tanto desolcultamiento e ida hacia lo profundo, una idea jerárquica de la verdad, y en cambio la contraponés con una idea democrática de la verdad, vinculada con el deconstruccionismo derridiano, que sostiene que una palabra es explicada por otra sin llegar nunca al fondo de lo real. ¿Te parece válida esta lectura?

Todas las lecturas son válidas y más si vos lo leíste así. Tiene su pertinencia en la medida que genera esa asociación que todo texto genera.

Mejor te cambio la pregunta, ¿estabas pensando más o menos en esa dirección?

No, no desde ese lado pero, digamos, las lecturas que se hacen de Heidegger son tan diversas que hacen de Heidegger un genio. Me parece que la genialidad de un autor está en sus múltiples lecturas más que en lo que él quiso decir. Pasa lo mismo con Nietzsche, con Marx, con Platón….yo creo que hay una idea de lo desfondado en Heidegger que está como dando lugar a lo que después es toda la teoría de Derrida. O sea, yo no tengo una lectura de Heidegger como la de un pensador que provee de un sentido de profundidad de lo real en su filosofía. Creo, al revés, que la filosofía de Heidegger termina en algún punto mostrando, justamente, que si hay un fundamento último es que no hay fundamento, si hay una verdad última es que no hay una verdad última, si hay un fondo es lo desfondado, el abismo, que es lo que de algún modo intentamos todo el tiempo conjurar o tapar creando sentido. Pero yo debo tener una lectura muy deconstructiva y derridiana de Heidegger porque accedí a Heidegger desde Vattimo, no al revés. No hice el camino normal que hay que hacer que es leer primero a Nietzsche, después a Heidegger y después llegar a la hermenéutica contemporánea. A mí me pasó, al revés, antes de leer a Heidegger leí un montón de textos de Vattimo sobre Heidegger y entonces cuando llegué a Heidegger ya estaba absolutamente condicionado por esas lecturas. Creo que Heidegger es un pensador clave del siglo XX, que todo lo que podemos llamar el pensamiento posestructuralista o contemporáneo es deudor de Heidegger y que hay un antes y un después de dejar bien sustanciada esta idea de lo desfondado, de la ausencia de fundamentos, descentramiento de lo real que ha generado unos de los últimos giros más fuertes en el pensamiento humano.

En el libro hablás de la peligrosidad de darle a las preguntas existenciales sentidos cerrados pero también renegás de cualquier posibilidad del “más allá” por ser una definición elaborada desde el “más acá”. Recordaba que en el libro de Martin Buber,  “¿Qué es el hombre?”, éste diferencia el sistema cerrado de Heidegger del sistema abierto de Kierkegaard por justamente este último abrirse al “más allá”, a lo absoluto, a lo absolutamente otro. ¿Qué pensás de esto?

Me parece que, de nuevo, hay un tema de interpretación no sólo de Heidegger sino de todas estas ideas. No sé si la palabra es “renegar” porque “renegar” sigue siendo estar condicionado desde el “más acá” para hablar del “más allá”. O sea, afirmar que reniego del “más allá”, digamos, para la lectura que hago en el libro sería una formulación también hecha desde el “más acá”. Yo creo que mi búsqueda no es muy distinta a lo que Buber coloca en Kierkegaard. Tal vez estoy más influenciado por Derrida en ese sentido y entonces realmente entiendo que todo lo que se diga sobre el “más allá” no es el “más allá” y por eso mismo jamás podría negar el “más allá”. Lo niego en tanto construcción hecha desde el “más acá”. O sea, entiendo que desde el “más acá” no se puede ni afirmar ni negar nada sobre el “más allá” pero al mismo tiempo entiendo que el concepto del “más allá” es un concepto creado desde el “más acá”. Eso hace que no me identifique con el ateísmo tradicional, al que considero un discurso basado en una metafísica de la verdad y mucho menos con los dogmas religiosos tradicionales. Entiendo que el móvil de la pregunta filosófica nunca es buscar una respuesta. Ese móvil de la pregunta como búsqueda de respuesta tiene más que ver con la ciencia, la técnica y la cotidianeidad. Si se me rompe el caño de agua del baño y me pregunto “¿qué está pasando?” o mi hija no vuelve una noche y digo “¿qué pasa con mi hija?”, ese tipo de preguntas tiene claramente una motivación que es ser respondida. Creo que la pregunta existencial no busca responder nada, al revés, invierte el esquema: de todas aquellas certezas que están tan instaladas en nuestra sociedad, la filosofía todavía puede preguntar y, al preguntar, abre un sentido que esa respuesta cerrada de algún modo encubría o dejaba de lado. Por eso, para mí, la filosofía es la reivindicación de la pregunta en tanto pregunta, no de la pregunta como principio de una respuesta. Es más, cada vez que una pregunta filosófica se responde yo entiendo que se pierde algo porque se intenta dar una respuesta a algo que no lo tiene y entonces se termina condicionando una lectura de las cosas. Por ejemplo “¿hay algo más?” es una pregunta abierta que en la medida en que digas “Sí, el dios de la tradición judeocristiana” entonces se está sesgando esa respuesta de un modo que después se objetiva, se institucionaliza y se termina imponiendo una interpretación de las cosas sobre el resto. Por eso me parece importante recuperar, todo el tiempo, el poder de la pregunta como una forma de apertura de esas verdades establecidas.

Si hay una idea-fuerza en tu libro es la crítica al pensamiento binario o dicotómico, ese que alterna siempre entre dos únicas opciones: lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo. ¿No te parece que la política y, en nuestro país el kirchnerismo, hace un uso abusivo del pensamiento binario que, siguiendo a la dupla Laclau-Schmitt, mira a la política como un combate entre amigos y enemigos. ¿Cómo lo ves?

No, no lo veo así. Primero no creo que haya una entidad cerrada llamada el kirchnerismo. Creo que al interior de los diferentes discursos que pueden apoyar el actual modelo de gobierno hay mucha diversidad. Hablar de un kirchnerismo como una entelequia cerrada sería pensar un discurso hegemónico que creo que no lo hay. De hecho, acaban de haber cambios de gabinete y se van visualizando como que hay diferentes formas de pensar la realidad socio-política. En todo caso, conviven con sus diferencias y van generando modulaciones diferentes. Creo que, al revés, entiendo yo el binarismo. El pensamiento dicotómico siempre ha sido una construcción estigmatizante de los poderes hegemónicos y siempre el excluido y el que ha quedado del lado del enemigo por parte de la dicotomía ha sido el campo popular. Creo que los gobiernos kirchneristas, con sus aciertos y errores, no han hecho otra cosa que volver a poner en escena el campo popular y eso ha puesto en evidencia ese uso estigmatizante propio de las dicotomías de un poder que no solamente es un poder económico y mediático sino que es un poder simbólico con el cual se intenta construir el sentido de la sociedad en la que vivimos. Creo que, al revés, si uno va viendo algunos de los hechos de los últimos diez años sustanciados, por ejemplo, en una cantidad de leyes como la ley de matrimonio igualitario, la ley de medios, la ley de identidad de género, la ley de fertilidad asistida,  son todas leyes que tratan de romper la dicotomía y que logran poner en escena justamente a aquellos excluidos que la dicotomía siempre ha puesto del lado de afuera del muro. Que hoy ya no haya ciudadanos de segunda por motivación sexual, o sea, que un homosexual tenga el mismo derecho que cualquier heterosexual habla justamente de una ruptura de la dicotomía donde antes se pensaba que había gente “normal” y gente “anormal” y que, por eso, no tenían los mismos derechos. Yo entiendo de esa manera la diversidad, como la posibilidad de que todos los discursos minoritarios y tradicionalmente puestos afuera en nuestra sociedad tengan el mismo derecho y la oportunidad de plasmarse. Y creo que en ese sentido hay muchos logros del kirchnerismo en esa línea, logros que no he visto en otro gobierno y logros que no veo tampoco en las formas simbólicas en que desde algunos medios, o desde la academia a veces o desde las instituciones más hegemónicas generan. Después, que sean tiempos como de fuerte exaltación de las diferencias es algo que celebro, al revés, porque me parece  que es la posibilidad inédita de sectores eternamente oprimidos en nuestro país, de poder ser dueños de la palabra y plantear sus diferencias en tanto diferencias, de hacerlo en modo equitativamente igualitario con el resto de otros sectores que en nuestra sociedad siempre se han creído con un derecho superior.

¿Igual no te parece que en las experiencias cotidianas cuando uno entra a un grupo, sea de lo que sea, lo primero que parece que importa es si sos K o anti-K? ¿No hay un binarismo ahí cuando lo más estimatizante termina siendo si sos K o anti-K?


Yo creo que ese binarismo siempre estuvo. Acá en este país siempre hubo un sector postergado: “los negros”, los excluidos de siempre. Hoy lo que se ha puesto en evidencia es ese binarismo y se ha logrado, al revés, emancipar a aquellos derrotados de siempre que parecían carecer del derecho de postularse como una alternativa, tan válida como el resto, a nuestra sociedad. No creo que el kirchnerismo haya creado el binarismo, creo que el binarismo siempre existió y venía siendo ocultado. Lo que han hecho nuestros últimos gobiernos, en estos diez años, y por eso los apoyo, es haber puesto en evidencia, visibilizado un binarismo que como todo binarismo opera invisibilizando. E invisibiliza porque siempre el enemigo, el otro, el que queda fuera no tiene entidad. Y me parece que este gobierno los ha puesto en la superficie. Por eso leo yo, al revés que vos, no que éste gobierno es binarista sino que este gobierno es el primero que puede poner en evidencia este binarismo y empezar a romper algo de lo durante tantos años ha estado departamentalizado, como sistematizado.  

Prof. Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, el día 01 de Diciembre del 2013