El filósofo Karl Popper afirmaba
que un marxista no podía abrir un periódico sin hallar, en cada página, pruebas
confirmatorias de su interpretación de la historia, esto es, la aceptación de
que efectivamente la historia, se dirigía en sentido a la destrucción del sistema
capitalista y al fin de la sociedad de clases. Cuando hace poco tiempo atrás se
conoció, a través de los periódicos The Guardian y The Washington
Post, los documentos clasificados y secretos hechos públicos por Edward
Snowden, experto en informática y empleado de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA) y de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), muchas personas
creyeron confirmar sus más dispares y disparatadas teorías conspirativas con
una actitud similar al marxista aludido por Popper.
Debido a ello, resulta imperioso
preguntarnos acerca del significado de tales teorías. Las teorías del complot o
teorías de la conspiración suponen que la historia evoluciona por causa de conspiraciones,
de individuos o de grupos secretos, que manejan los hilos de nuestra vida
general. Dos ejemplos clásicos de teorías conspirativas, una del siglo pasado y
la otra del siglo actual, parecen tener una inmensa cantidad de seguidores y
repetidores: la falsificación de la NASA de la llegada del hombre a la Luna en
1969 y la demolición controlada de las Torres Gemelas de EE.UU. en 2001.
Quien ve conspiraciones por todos
lados, supone la existencia de dos tipos de niveles comprensivos de la realidad.
El primer nivel, superficial, falso y con apariencia de real, es el de las
masas, el de la mayoría de las personas que no pueden alcanzar la comprensión de
la realidad y aceptan tontamente, y sin
más, los hechos mostrados por las grandes corporaciones periodísticas y
mediáticas. El segundo nivel, profundo, verdadero y real, es el de los que ven “la
mentira” detrás del telón, el de los que entienden y comprenden el accionar de
los conspiradores, el de unos pocos elegidos que encuentran la “trampa” en la que
caemos nosotros, mayoría de inútiles, simples y engañados ciudadanos. Este último
nivel de comprensión es compartido por los conspiradores y por los que creen en
las conspiraciones. Para tales individuos, no solamente los grandes
acontecimientos, como los nombrados anteriormente, son conspiraciones exitosas
sino que la pobreza, las guerras, la desocupación, la escasez son el resultado
de los designios de individuos o grupos conspirativos. Popper señalaba, en La sociedad abierta y sus enemigos (1945),
que ya había desaparecido la creencia en los dioses homéricos cuyas
conspiraciones explicaban la historia de la guerra de Troya, pero que ahora los
dioses habían sido desplazados y habían dejado el lugar para hombres o grupos
poderosos.
Recientemente dos pensadores
relevantes se han manifestado, en el periódico español El País, en relación al caso Assange y Snowden. El filósofo
neomarxista Slavoj Žižek ha llamado a estos dos espías, los nuevos héroes de la
libertad, por ser quienes denuncian las prácticas ilegales de EE.UU. en la era
del control digital. El escritor liberal Mario Vargas Llosa los calificó, sin
embargo, como depredadores de esa libertad que dicen defender y héroes mediáticos
de la frivolidad progresista que son convertidos en instrumentos de regímenes
autoritarios y totalitarios. Ambos, sin embargo, concuerdan en que tanto
Assange como Snowden no descubrieron nada que todo el mundo ya sospechase con
anterioridad: en la era de Internet todos somos algo espiados. A Žižek le
impresiona tener los datos concretos filtrados por Snowden, a Vargas Llosa la
filtración de los documentos confidenciales le parece una violación más del
derecho de privacidad, ya desaparecido y arrasado mucho tiempo antes por la
prensa amarilla y los programas de TV y radio, ocupados en sacar a la luz las
intimidades de aquellos a quienes quieren destruir. Todos estos medios,
programas y revistas no tendrían la relevancia inmerecida sino contaran con la
complicidad de una inmensa cantidad de ciudadanos “comunes” interesados en
consumir dichos productos.
Nuestra responsabilidad
individual es ineludible. Cuando creamos una cuenta de correo electrónico
aceptamos pautas espiatorias que nadie que haya meditado un minuto en el asunto
puede ignorar. Un famoso buscador y proveedor
de correo electrónico anuncia, en el contrato de una cuenta de correo, que: “Recopilamos información para brindar
mejores servicios a todos nuestros usuarios: desde averiguar cosas básicas como
el idioma que usted habla, hasta cosas más complejas como los anuncios que a
usted le parecen más útiles o la gente que más le importa en línea.”
Entonces, ¡todos somos espiados, y aceptar un contrato para luego quejarse infantilmente
de ser espiados casi roza lo ridículo!
Quienes se benefician y obtienen
una gran tajada, favoreciendo las creencias de las más variopintas teorías conspirativas,
son los políticos. Estas teorías calan en las creencias de las personas por las
mismas causas que el economista Schumpeter le reprochaba a los marxistas del
siglo XX: utilizan para sus teorías hechos conocidos por todo el mundo de una
manera superficial y conocidos por muy pocos profundamente y a fondo. Tales
teorías son poseedoras de un gran poder explicativo, abusan del aspecto
acrítico del sentido común y son extremadamente reduccionistas y maniqueas. Detrás de cada teoría conspirativa se
encuentra algún tipo de lógica binaria: el bien y el mal, los buenos y los
malos, los amigos y los enemigos, los patriotas y los vende-patrias y en última
instancia, los que ocultan “la realidad” y los que la descubren y la muestran “solidariamente”.
La cuestión no pasa por negar la
existencia de teorías conspirativas, que de hecho las ha habido y las hay, sino
por remarcar, tal como lo ha hecho Popper, que los conspiradores raramente
llegan a consumar su conspiración. Esto es así porque los hechos reales
difieren de las aspiraciones, ya sean individuales o colectivas, en cuestiones
sociales haya o no conspiración. Es en la vida social donde aparecen un gran
conjunto de reacciones imprevisibles que no pueden ser digitadas por un
individuo o grupo particular. Por ello, para Popper, la teoría conspirativa de
la sociedad no podría llegar a ser cierta ya que equivaldría a sostener que
todos los resultados, aun aquellos que a primera vista no parecen obedecer a la
intención de nadie, son el resultado voluntario de los actos de gente
interesada en producirlos. Así, quien aún cree en la efectividad de las teorías
conspirativas no escapa de una posición dogmática que busca identificarse con
el racionalismo cartesiano: la defensa de un sujeto dirigista, planificador, poseedor
de un certero y absoluto conocimiento e incapaz de dejar algo librado al azar o
a la espontaneidad.
La teoría de la conspiración
elude la responsabilidad individual cargando todas nuestras culpas, fracasos y
dolores sobre un ser ajeno a nosotros, un “Gran Otro” que puede estar encarnado en un individuo o
grupo de poder del que nos separa una distancia ética insalvable. “Somos pobres y desgraciados por todos
aquellos que nos manejan, controlan, dirigen y espían nuestras vidas”….un
visión reductivista con gran poder explicativo para todas aquellas personas que
olvidan las sabias palabras del divulgador científico, Carl Sagan, en crítica a
tales teorías: “Las afirmaciones
extraordinarias requieren siempre de evidencia extraordinaria”.
Prof. Nicolás Martínez Sáez
Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, el día 21 de Octubre del 2013