Tus programas en televisión, lo que haces en el teatro con Filosofía +
Música y ahora la publicación del libro “¿Para qué sirve la filosofía?” parecen
ser rupturas con un cierto academicismo cerrado en sí mismo que se aleja cada
vez más de la vida cotidiana y de las preocupaciones de la gente. ¿Cómo ves
esto?
Creo que en problema en general
con la academia filosófica no está tanto en la entidad de la academia en sí
mismo sino en su pretensión hegemónica. No creo que pueda existir una filosofía
sin una academia pero lo que me parece importante es que deban existir otras
formas de hacer filosofía que no sea solo la académica. Y creo que lo que viene
sucediendo en las instituciones filosóficas es que tienen como una pretensión
de dominancia apropiándose de la supuesta definición esencial de lo que es la
filosofía. A mí, al revés, si bien crecí y me formé en la academia filosófica,
me formé en la Universidad de Buenos Aires, hoy mismo sigo dando clases e
interactuando con la academia que me parece un mundo fascinante del que aprendí
mucho y en el que trabajo mucho, me parece que el problema con la academia es
que se cree la única manera legítima de hacer filosofía cuando hoy en día hay
otras formas que abren otros tipos de perspectivas. Por eso entiendo que negar
la academia es incurrir en el mismo tipo de acción violenta con la que la
academia se refiere a los que hacemos otros tipos de filosofía. ¿Cuáles son
esos otros tipos de filosofía? Podríamos agruparlos en dos grandes subconjuntos:
(1) la docencia, que yo la separaría de la vida académica y esto no significa que
no haya docencia académica, que también es un problema cuando el que te da
clases de filosofía cree que está, mientras da las clases, leyendo un paper.
Entonces, la clase de filosofía termina siendo la lectura vacua y formal de una
investigación cuando sabemos que lo más interesante de la docencia filosófica
es la transferencia que se genera con el alumno y la sensación de que está
circulando una idea que nos está abriendo a todos. Y me parece que la docencia
siempre fue vista por la investigación académica como una ciudadana de segunda
de la filosofía y lo interesante es cómo emancipar a la docencia de la
investigación y sobre todo en un país como el nuestro en donde la docencia de
filosofía en un 98% está destinada a gente que no es de filosofía. Y por eso
hace falta otro tipo de trabajo en el aula para el que la academia no forma.
(2) Y luego tenemos una novedosa faceta, más propia de nuestros tiempos, que es
la divulgación, un hecho inédito y novedoso y que si históricamente la docencia
fue ciudadana de segunda, la divulgación no fue ciudadana. La divulgación
siempre fue considerada por fuera de lo legal o bien como algo liviano, una
pérdida de rigor que la deja por fuera del discurso filosófico o bien como un
discurso que busca efectos tales como vender o aprovecharse de la filosofía
para otros tipos propósitos. Me parece que los que hacemos divulgación encontramos
en ella que se puede ser riguroso y, además, recuperar el propósito originario
de la filosofía que es sacarla de estos encorsetamientos en los que ha caído y
volverla a convertir en una herramienta de transformación de la realidad.
Obviamente nadie pretende hacer de la divulgación un reemplazo de la academia,
lo único que se pretende, al revés, es que la filosofía se desborde a sí misma
y explote en sus diversas manifestaciones.
En el libro “¿Para qué sirve la filosofía?” decís que la filosofía
puede ser entendida como un género literario, ¿esto de alguna manera hace de la
filosofía un saber inútil?
Bueno, es una relación interesante.
En realidad, que la filosofía sea un género literario lo que hace es sacarla de
un pedestal con el que tradicionalmente se entendió la filosofía en esa vieja
idea de uno de los tantos Platón, que en la República, decía que el filósofo
ama contemplar la verdad. Ese amor por la verdad pondría al que hace filosofía
en un lugar de acceso privilegiado a las estructuras de lo real haciendo de la
filosofía casi una fundamentación de todo saber. Decir que la filosofía es un
género literario es desacralizarla y mostrar que ese pedestal tiene más que ver
con el poder que con la verdad. Y entonces sí se relaciona con la idea de un
saber inútil en la medida en que se cuestiona por qué todo tiene que ser útil.
Hablar de la filosofía como un saber inútil no es decir que la filosofía no
sirve para nada sino plantear por qué todo tiene que servir para algo. Y desde
ese lugar, me parece, que la filosofía como género literario propone una
perspectiva más de relación del ser humano con la creación de sentido y que en
la medida en que es creación de sentido permite múltiples aproximaciones. Yo
entiendo la pregunta filosófica realmente como una forma de escritura, una
forma de relacionar ideas que no es muy distinto de lo que es la poesía en
algún punto. La poesía parte del mismo tipo de material que parte la filosofía,
las palabras, pero hay un tipo de composición de las palabras que hace que se
genere un lenguaje distinto al lenguaje cotidiano. El lenguaje de la filosofía
me parece igual: la operación, la matriz, es la misma que la de la poesía, se
combinan una serie de palabras y se genera un tipo de lenguaje distinto al
lenguaje de la cotidianeidad. Por eso cuesta tanto entrar a la filosofía porque
en principio parece que estamos haciendo algo inútil y absurdo pero las preguntas
de la filosofía ponen en absurdo todas las utilidades propias de la
cotidianeidad y, entonces, desde ese lugar, la inutilizan.
A lo largo del libro, vos planteas que la filosofía debe deconstruir
aquellas certezas que se presentan como tales y todas aquellas respuestas que
pretender ser últimas por lo menos en las cuestiones existenciales. ¿Esto nos
lleva necesariamente a un escepticismo o todavía podemos seguir pensando a la
filosofía como búsqueda de verdad aunque no de verdades absolutas y definitivas
sino más bien provisionales tal como mencionás en algunas partes del libro?
Nunca diría “debe” como empezás
la pregunta. Volviendo a la pregunta anterior la filosofía es un género
literario y como tal es una de las tantas formas en las que nos relacionamos
con las cosas. Si alguien no hace filosofía, al igual que si alguien no hace
poesía… me parece que nadie se muere si no hace filosofía. Te provee una
alternativa, que tenemos potencialmente pero que algunos deciden desarrollar y
otros no. A mí me interesa mucho esa faceta y me parece que realmente propone algo interesante en la construcción de
sentido, pero no más que eso.
¿No hablarías de verdades provisionales?
Sí, hablaría, pero no hablaría de
esa cosa más tradicional que entiende que el que hace filosofía ocupa un lugar
de mayor supremacía o porque es más profundo, o porque es más serio o porque
alcanza un grado de reflexión diferente. Me parece que siempre le ha hecho muy
mal a la filosofía pensarse a sí misma con algún tipo de superioridad con
respecto al resto de los saberes. En relación a tu pregunta, creo que el
escepticismo es una forma de emancipación del ser humano. Me siento muy cómodo
con una filosofía escéptica en la medida que se entiende al escepticismo como
la puesta en cuestión o la sospecha de toda verdad revelada en sus múltiples formatos.
Porque esa revelación religiosa a lo largo de los últimos siglos va cobrando
otro tipo de revelaciones.
La sociedad de consumo tiene mucho de religioso por ahí circulando. Me parece
interesante recuperar, justamente, el sentido socrático de la filosofía: demoler,
deconstruir, desmontar a todos aquellos que se presentan como dueños de un
acceso privilegiado a la verdad. Frente a eso, ese escepticismo es emancipador
porque te saca de encima y te permite desmarcarte de todo dogmatismo que
termina imponiéndose y construyendo un orden a su imagen y semejanza. La
pregunta que siempre aparece es ¿qué propone la filosofía? porque el
escepticismo se queda en un mero cuestionamiento y parecería no generar una
propuesta. A mí me parece que esto que vos llamás verdades provisorias, en el
libro lo llamamos estados de extrañamientos, que tiene que ver con entender que
uno no puede no estar atravesado por una serie de verdades, el tema es que no
son verdades en sentido concreto porque esas verdades sabemos que en cada
momento se están reinventando porque estamos abiertos a lo que el otro nos
puede traer desde su diferencia. Digamos, si todavía se pudiese llamar verdad a
este tipo de construcción podríamos decir que es una verdad débil, diría
Vattimo, o una verdad provisoria. A mí me gusta pensarme viviendo en un mundo
en el que parto de cierta certeza siempre abierta a poder cambiarla. De esta
manera, te colocás frente a la realidad en un lugar, primero más abierto, y
segundo más incierto. Y me parece que desde ese lugar se propone una
democratización del saber y sobre todo de la persona que no se siente
esclavizada a ningún tipo de dogma previo.
En tu libro entiendo que esbozas una crítica a la teoría de verdad de
Heidegger en tanto desolcultamiento e ida hacia lo profundo, una idea
jerárquica de la verdad, y en cambio la contraponés con una idea democrática de
la verdad, vinculada con el deconstruccionismo derridiano, que sostiene que una
palabra es explicada por otra sin llegar nunca al fondo de lo real. ¿Te parece
válida esta lectura?
Todas las lecturas son válidas y
más si vos lo leíste así. Tiene su pertinencia en la medida que genera esa
asociación que todo texto genera.
Mejor te cambio la pregunta, ¿estabas pensando más o menos en esa
dirección?
No, no desde ese lado pero,
digamos, las lecturas que se hacen de Heidegger son tan diversas que hacen de
Heidegger un genio. Me parece que la genialidad de un autor está en sus
múltiples lecturas más que en lo que él quiso decir. Pasa lo mismo con
Nietzsche, con Marx, con Platón….yo creo que hay una idea de lo desfondado en
Heidegger que está como dando lugar a lo que después es toda la teoría de
Derrida. O sea, yo no tengo una lectura de Heidegger como la de un pensador que
provee de un sentido de profundidad de lo real en su filosofía. Creo, al revés,
que la filosofía de Heidegger termina en algún punto mostrando, justamente, que
si hay un fundamento último es que no hay fundamento, si hay una verdad última
es que no hay una verdad última, si hay un fondo es lo desfondado, el abismo,
que es lo que de algún modo intentamos todo el tiempo conjurar o tapar creando
sentido. Pero yo debo tener una lectura muy deconstructiva y derridiana de
Heidegger porque accedí a Heidegger desde Vattimo, no al revés. No hice el
camino normal que hay que hacer que es leer primero a Nietzsche, después a
Heidegger y después llegar a la hermenéutica contemporánea. A mí me pasó, al
revés, antes de leer a Heidegger leí un montón de textos de Vattimo sobre
Heidegger y entonces cuando llegué a Heidegger ya estaba absolutamente
condicionado por esas lecturas. Creo que Heidegger es un pensador clave del
siglo XX, que todo lo que podemos llamar el pensamiento posestructuralista o
contemporáneo es deudor de Heidegger y que hay un antes y un después de dejar
bien sustanciada esta idea de lo desfondado, de la ausencia de fundamentos,
descentramiento de lo real que ha generado unos de los últimos giros más
fuertes en el pensamiento humano.
En el libro hablás de la peligrosidad de darle a las preguntas
existenciales sentidos cerrados pero también renegás de cualquier posibilidad
del “más allá” por ser una definición elaborada desde el “más acá”. Recordaba que
en el libro de Martin Buber, “¿Qué es el
hombre?”, éste diferencia el sistema cerrado de Heidegger del sistema abierto
de Kierkegaard por justamente este último abrirse al “más allá”, a lo absoluto,
a lo absolutamente otro. ¿Qué pensás de esto?
Me parece que, de nuevo, hay un
tema de interpretación no sólo de Heidegger sino de todas estas ideas. No sé si
la palabra es “renegar” porque “renegar” sigue siendo estar condicionado desde
el “más acá” para hablar del “más allá”. O sea, afirmar que reniego del “más
allá”, digamos, para la lectura que hago en el libro sería una formulación
también hecha desde el “más acá”. Yo creo que mi búsqueda no es muy distinta a
lo que Buber coloca en Kierkegaard. Tal vez estoy más influenciado por Derrida
en ese sentido y entonces realmente entiendo que todo lo que se diga sobre el
“más allá” no es el “más allá” y por eso mismo jamás podría negar el “más
allá”. Lo niego en tanto construcción hecha desde el “más acá”. O sea, entiendo
que desde el “más acá” no se puede ni afirmar ni negar nada sobre el “más allá”
pero al mismo tiempo entiendo que el concepto del “más allá” es un concepto
creado desde el “más acá”. Eso hace que no me identifique con el ateísmo
tradicional, al que considero un discurso basado en una metafísica de la verdad
y mucho menos con los dogmas religiosos tradicionales. Entiendo que el móvil de
la pregunta filosófica nunca es buscar una respuesta. Ese móvil de la pregunta
como búsqueda de respuesta tiene más que ver con la ciencia, la técnica y la
cotidianeidad. Si se me rompe el caño de agua del baño y me pregunto “¿qué está
pasando?” o mi hija no vuelve una noche y digo “¿qué pasa con mi hija?”, ese
tipo de preguntas tiene claramente una motivación que es ser respondida. Creo
que la pregunta existencial no busca responder nada, al revés, invierte el
esquema: de todas aquellas certezas que están tan instaladas en nuestra
sociedad, la filosofía todavía puede preguntar y, al preguntar, abre un sentido
que esa respuesta cerrada de algún modo encubría o dejaba de lado. Por eso, para
mí, la filosofía es la reivindicación de la pregunta en tanto pregunta, no de
la pregunta como principio de una respuesta. Es más, cada vez que una pregunta
filosófica se responde yo entiendo que se pierde algo porque se intenta dar una
respuesta a algo que no lo tiene y entonces se termina condicionando una
lectura de las cosas. Por ejemplo “¿hay algo más?” es una pregunta abierta que
en la medida en que digas “Sí, el dios de la tradición judeocristiana” entonces
se está sesgando esa respuesta de un modo que después se objetiva, se
institucionaliza y se termina imponiendo una interpretación de las cosas sobre
el resto. Por eso me parece importante recuperar, todo el tiempo, el poder de
la pregunta como una forma de apertura de esas verdades establecidas.
Si hay una idea-fuerza en tu libro es la crítica al pensamiento binario
o dicotómico, ese que alterna siempre entre dos únicas opciones: lo verdadero y
lo falso, lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo. ¿No te parece que la política y,
en nuestro país el kirchnerismo, hace un uso abusivo del pensamiento binario
que, siguiendo a la dupla Laclau-Schmitt, mira a la política como un combate
entre amigos y enemigos. ¿Cómo lo ves?
No, no lo veo así. Primero no
creo que haya una entidad cerrada llamada el kirchnerismo. Creo que al interior
de los diferentes discursos que pueden apoyar el actual modelo de gobierno hay
mucha diversidad. Hablar de un kirchnerismo como una entelequia cerrada sería
pensar un discurso hegemónico que creo que no lo hay. De hecho, acaban de haber
cambios de gabinete y se van visualizando como que hay diferentes formas de
pensar la realidad socio-política. En todo caso, conviven con sus diferencias y
van generando modulaciones diferentes. Creo que, al revés, entiendo yo el
binarismo. El pensamiento dicotómico siempre ha sido una construcción
estigmatizante de los poderes hegemónicos y siempre el excluido y el que ha
quedado del lado del enemigo por parte de la dicotomía ha sido el campo
popular. Creo que los gobiernos kirchneristas, con sus aciertos y errores, no
han hecho otra cosa que volver a poner en escena el campo popular y eso ha
puesto en evidencia ese uso estigmatizante propio de las dicotomías de un poder
que no solamente es un poder económico y mediático sino que es un poder
simbólico con el cual se intenta construir el sentido de la sociedad en la que
vivimos. Creo que, al revés, si uno va viendo algunos de los hechos de los últimos
diez años sustanciados, por ejemplo, en una cantidad de leyes como la ley de matrimonio
igualitario, la ley de medios, la ley de identidad de género, la ley de
fertilidad asistida, son todas leyes que
tratan de romper la dicotomía y que logran poner en escena justamente a
aquellos excluidos que la dicotomía siempre ha puesto del lado de afuera del
muro. Que hoy ya no haya ciudadanos de segunda por motivación sexual, o sea,
que un homosexual tenga el mismo derecho que cualquier heterosexual habla
justamente de una ruptura de la dicotomía donde antes se pensaba que había
gente “normal” y gente “anormal” y que, por eso, no tenían los mismos derechos.
Yo entiendo de esa manera la diversidad, como la posibilidad de que todos los
discursos minoritarios y tradicionalmente puestos afuera en nuestra sociedad
tengan el mismo derecho y la oportunidad de plasmarse. Y creo que en ese
sentido hay muchos logros del kirchnerismo en esa línea, logros que no he visto
en otro gobierno y logros que no veo tampoco en las formas simbólicas en que
desde algunos medios, o desde la academia a veces o desde las instituciones más
hegemónicas generan. Después, que sean tiempos como de fuerte exaltación de las
diferencias es algo que celebro, al revés, porque me parece que es la posibilidad inédita de sectores eternamente
oprimidos en nuestro país, de poder ser dueños de la palabra y plantear sus
diferencias en tanto diferencias, de hacerlo en modo equitativamente
igualitario con el resto de otros sectores que en nuestra sociedad siempre se
han creído con un derecho superior.
¿Igual no te parece que en las experiencias cotidianas cuando uno entra
a un grupo, sea de lo que sea, lo primero que parece que importa es si sos K o
anti-K? ¿No hay un binarismo ahí cuando lo más estimatizante termina siendo si
sos K o anti-K?
Yo creo que ese binarismo siempre
estuvo. Acá en este país siempre hubo un sector postergado: “los negros”, los
excluidos de siempre. Hoy lo que se ha puesto en evidencia es ese binarismo y
se ha logrado, al revés, emancipar a aquellos derrotados de siempre que
parecían carecer del derecho de postularse como una alternativa, tan válida
como el resto, a nuestra sociedad. No creo que el kirchnerismo haya creado el
binarismo, creo que el binarismo siempre existió y venía siendo ocultado. Lo
que han hecho nuestros últimos gobiernos, en estos diez años, y por eso los
apoyo, es haber puesto en evidencia, visibilizado un binarismo que como todo
binarismo opera invisibilizando. E invisibiliza porque siempre el enemigo, el
otro, el que queda fuera no tiene entidad. Y me parece que este gobierno los ha
puesto en la superficie. Por eso leo yo, al revés que vos, no que éste gobierno
es binarista sino que este gobierno es el primero que puede poner en evidencia
este binarismo y empezar a romper algo de lo durante tantos años ha estado
departamentalizado, como sistematizado.
Prof. Nicolás Martínez Sáez
Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, el día 01 de Diciembre del 2013