Antonio
Escohotado (Madrid, 1941) es un filósofo español y quizás uno de los pensadores
actuales más importantes de su país. Traductor de Hobbes, Jefferson y Newton, comenzó
su carrera escribiendo sobre los presocráticos, mitología occidental, crímenes
sin víctima y hasta un tratado de Metafísica, que define como “poesía en prosa”.
Su pasión es la filosofía y sus dos grandes maestros Hegel y Hume. Con la
libertad como tema recurrente, ha acabado documentando variantes internas y
externas del miedo: la de cada cual a sí mismo (por no saber administrar sus
placeres) y la orientada hacia el vecino, cuando resulta ser amigo de lo ajeno.
La primera se vincula a sus investigaciones sobre el uso de drogas psicoactivas
en distintas culturas, y la segunda a las centradas en el llamamiento a una lucha
de clases y el rechazo de la sociedad comercial, que vertebran el proyecto comunista.
Polémico por su
famosa obra Historia general de las
drogas, de 1.600 páginas, que le valió una denuncia por apología a la droga
precisamente durante su visita a la Argentina en 1996, emprendió hace 14 años
la empresa gigantesca de documentar y contextualizar las manifestaciones
comunistas desde el siglo I a.C., cuando aparecen las primeras noticias
escritas. Su primer tomo salió en el año 2008, el segundo en 2013 y ya está
trabajando en el tercero. Políticamente incorrecto, despreciado por los
conservadores por proponer la derogación del prohibicionismo farmacológico (“el
experimento fue la Prohibición, y no procede legalizar un derecho inmemorial,
sino derogar el experimento”) y criticado por las izquierdas radicales por sus
ideas liberales y su defensa del mercado, es uno de esos filósofos marginales
que tienen mucho para decir y su voz vale la pena ser escuchada. Con una amabilidad
extraordinaria accede a responder mis preguntas vía correo electrónico.
Una idea que atraviesa su obra Los enemigos del comercio es su crítica a todos aquellos que a lo
largo de la historia han afirmado que la propiedad privada es un robo y el
comercio su instrumento. ¿Cree que esta opinión es más extendida entre los
intelectuales, religiosos, políticos, filósofos, historiadores y académicos que
entre el resto de las personas? Si es así, ¿a qué se debe?
El libro no
“critica” a los enemigos del comercio, limitándose por ahora a exponer los
avatares de una actitud sempiterna desde la secta esenia –que interpreta el mandamiento
no hurtarás como no tendrás bienes privados- hasta el abrazo de Chávez y
Ahmadinejad. El tercer volumen terminará con unas Conclusiones donde sí pienso
introducir algún elemento valorativo. Lo segundo que me pregunta parece ser si
el comunismo tuvo y tiene apoyo mayoritario, o es más bien un ideal religioso y
filosófico. Mi estudio, que cubre por ahora dos milenios, no encuentra un solo
lugar y momento donde sus adeptos superasen un tercio del censo electoral (fue
el caso de Checoslovaquia a finales de 1945), acercándose más habitualmente a
una proporción que oscila entre el 1,1% -en la Comuna parisina de 1848- y el 8%
observado en la República de Weimar. De ahí que su instauración se haya visto precedida
siempre por golpes de estado.
Su obra Los
enemigos del comercio guarda gran similitud, por su envergadura y
pretensión, con la obra La sociedad
abierta y sus enemigos (1945) del
filósofo K. Popper. ¿Hay enemigos comunes o diferencias significativas entre
ambas obras?
Admiro a Popper
por libros como los que analizan el historicismo o la lógica de la
investigación científica. Pero La
sociedad abierta y sus enemigos es un texto que maneja sistemáticamente
fuentes secundarias, metiendo en un cajón de sastre a Platón, Aristóteles y
Hegel por simple falta de familiaridad con sus obras. Se parece en eso a la contemporánea
Historia de la filosofía occidental
de Russell, un texto becado por la universidad de Harvard que ella misma
rechazó por “desinformado y arbitrario”, reclamando la devolución del dinero
percibido en forma de adelanto. Mi investigación –Los enemigos del comercio: Una historia moral de la propiedad-
maneja siempre fuentes primarias en primer término, añadiendo según los casos
más o menos documentación de segunda mano
Usted ha definido al Estado como “el límite institucional
al egoísmo subjetivo” y ha señalado que “mercado” significa no verse sujeto a
órdenes sobre qué producir ni qué consumir, y que la negación de ello vulnera la
autonomía de la voluntad. ¿Cómo compatibilizar la libre autonomía de la
voluntad con el límite impuesto por el Estado al egoísmo subjetivo? ¿Está la
intervención estatal reñida con la libertad individual?
Hegel definía la
libertad como “conciencia de la necesidad”, y Montesquieu como “poder hacer lo
que debemos”. Libertad y responsabilidad
son cara y cruz de la misma moneda. Si ser libre fuese –según pretendió en
origen Bakunin- “movernos como pájaros sin barreras”, respetar las leyes
atentaría contra el albedrío individual. Pero eso es una trivialidad incoherente,
pues solo vulnera nuestra autonomía obedecer normas tiránicas, entendiendo por
tales las emanadas de algún autócrata pisoteando la diferencia entre derecho,
moral e ideología. El derecho no puede protegernos de nosotros mismos sin
convertirse en moralina doctrinaria, granjeándose el justo desprecio que han
ido suscitando las diversas Cruzadas, y no es exagerado afirmar que quien
respeta leyes injustas se convierte en cómplice suyo.
En su obra señala que el comunismo cristiano y
comunismo marxista tienen el mismo programa y ha visto la similitud entre el mensaje
del Nuevo Testamento (el Sermón de la montaña y la Parábola de los obreros en
la viña) y el Manifiesto comunista (1848) de Marx y Engels. Sin embargo, ¿no
pueden encontrarse en el Nuevo Testamento expresiones que pueden vincularse más
al liberalismo que al marxismo? Pienso, por ejemplo, en temas como la separación
de poderes en frases como “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es
de Dios” o en la invitación a comerciar que se encuentra en la Parábola de los
talentos.
Por supuesto,
Jesús es una figura más liberal que totalitaria, y a mi juicio dos de sus
afirmaciones –que no haya más sacrificados con la excusa de “expiación”, y que nuestro
tribunal supremo es el fuero interno, la conciencia- dividen la historia de Occidente
en un antes y un después. Por ejemplo, soy agnóstico sin perjuicio de
considerarme cristiano, pues la primacía del fuero interno me parece el paso
definitivo para consolidar la revolución moral iniciada por Sócrates. Sin
embargo, como arquetipo mesiánico –un chivo expiatorio transformado en vengador
de cierto grupo, cuyo triunfo convertirá a los primeros en últimos,
santificando a los pobres de espíritu en detrimento de todos cuantos no sean
sumisos parvulus- representa el
rencor, la barbarie y en general la sumisión de los medios al fin.
Pasemos a Latinoamérica, ¿cómo ve los gobiernos
populistas latinoamericanos como los de Chávez y Maduro, Morales, Correa o los
Kirchner que hasta hace poco muchos de sus propagandistas afirmaban que Europa
estaba en crisis por seguir un “modelo de ajuste” y no querer aprender del
“modelo de crecimiento” latinoamericano?
Vengo de Lima, donde intervine en
una mesa de la Fundación para la Libertad y conocí a María Corina Machado.
Comparémosla psicosomáticamente con la señora Kirchner, o al señor Morales con
Dilma Rouseff, y tendremos un modelo actualizado de la polémica evocada por el
Sermón de la Montaña evangélico. Unos intentan ser realistas, los otros
prefieren sustituirlo por algún victimismo que permita prolongar el rencor
social, racial y doctrinal.
Una de las características de gran parte de los
gobernantes e intelectuales latinoamericanos es su antiyanquismo, ¿cuánto tiene
esto que ver con un odio pasional, la envidia, el desprecio por el mérito y el
éxito comercial estadounidense antes que con un examen autocrítico y racional?
El imperio
norteamericano es el más progresista de los conocidos, y gracias a los yanquis
no estamos bajo el yugo de algún totalitarismo. Derrotaron a Hitler y frenaron
a Stalin. Por supuesto, no son Hermanitas de la Caridad, como las monjas de
hospitales, pero quien les odie genéricamente no parte de una autocrítica
racional.
Cambiando de tema, ¿son las nuevas tecnologías e
Internet la posibilidad de llevar a cabo la “democracia directa” y con ello
aportar mayor libertad? ¿Cómo evalúa esta posibilidad teniendo en cuenta las
vigilancias masivas denunciadas por Assange y Snowden? ¿Son ellos los nuevos
héroes de la libertad como ha manifestado recientemente el filósofo esloveno
Slavoj Žižek?
La primera
pregunta acabo de contestarla con Internet
y nuestro vacío, un artículo que encuentra de inmediato en Google. Snowden
no nos ha revelado nada merecedor de violar su promesa de confidencialidad, y
que la CIA u organismos afines peinen la Red tratando de controlar el
terrorismo no me preocupa lo más mínimo (salvo por la ineficacia del plan hasta ahora). Cuando meter las narices
en asuntos de otros induzca o prevenga crímenes concretos volveremos sobre el
asunto. Dedico algunas líneas del tomo III al autonombrado filósofo esloveno
Zizek, porque su panfleto sobre Lenin empieza ignorando los datos más
elementales sobre dicho personaje, y no me extraña que convierta en héroe a
cualquier desaprensivo.
Luego de la crisis financiera del 2008 muchos han
manifestado que el capitalismo está en crisis: ¿estamos en una crisis terminal?
¿Hay alternativa a la sociedad de mercado?
El capitalismo
–y habría que añadir privado, pues el estatal existe desde los primeros
Imperios, y florece todavía en La Habana y Pyongyang- está en crisis terminal
desde enero de 1848, cuando aparece el Manifiesto
de Engels y Marx, por no decir desde el Manifiesto de los Iguales de 1794,
donde Babeuf y sus secuaces declaran: “Vuelven los días de la Restitución
general. Perezcan todas las artes en aras de la igualdad. ¿Qué pueden unos
pocos miles contra la masa, que encuentra su felicidad al alcance de la mano?”
Tampoco me cabe
duda de que el capitalismo constituye un fenómeno evolutivo, y el futuro
deparará sorpresas quizá centradas en instituciones como un salario social,
porque el último gran cambio es andar rezagados ante el avance técnico, y todo
nuestro mundo gira en torno a unos pocos fabricantes/inventores. El resto,
hasta siete u ocho mil millones de personas, estará tanto mejor cuanto más a
cubierto se encuentre de redentores mesiánicos. Los integristas seguirán
incordiando, porque ese es el alma que les tocó en suerte, aunque los demás
podríamos concentrarnos en los dos desafíos primarios: saber transmitir a
nuestra descendencia el sentido de la abnegación, y reducir la disipación de
energías finalmente almacenadas por eones de luz solar. Si no fuésemos capaces
de lograr lo primero –y está cada vez más difícil-, el ritmo de despilfarro
energético pondrá en peligro demasiadas cosas a la vez.
Por Nicolás Martínez Sáez
Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, el día 27 de Abril del 2014