jueves, noviembre 27, 2014

Privacidad e intimidad en el mundo digital

En principio quisiera moverme en un espacio intermedio entre lo que considero son los dos discursos predominantes en el actual mundo hiperconectado. Uno de ellos, al que podríamos llamar discurso anti-tecnológico, donde encontramos una serie de ideas más o menos coherentes: sostiene que existe una conspiración internacional, grupos de empresas tecnológicas y monopólicas que pretenden dominar nuestras mentes, corporaciones que nos manipulan a través del control digital etc. Aquellas personas que adhieren a estas ideas ven como salida o solución la “vuelta a la Naturaleza”, la vuelta al hombre que vive en armonía con la naturaleza sin el uso de todo el aparataje tecnológico que se le interpone. Así entonces, las redes sociales no son más que entretenimientos vacuos de gente chismosa que no tiene nada que hacer. Al mismo tiempo que predomina este discurso también lo hace uno opuesto: el discurso que, tanto sus seguidores como sus críticos, señalan como discurso individualista o narcisista. Aquí aparece la intimidad o la privacidad convertida en espectáculo, emerge un fanatismo irreflexivo que adhiere a toda novedad tecnológica y una nueva forma de pensar que redefine el principio filosófico cartesiano para decir: “Publico, luego existo”. Lo que está fuera de Internet, más concretamente fuera de las redes sociales, no existe.

Ambos discursos coinciden en algo: la aceptación de la borradura de las fronteras entre lo público y lo privado. Son notables las experiencias que podemos tener con poco de usar cualquier red social o correo electrónico. Basta ver que cuando uno acepta el contrato de una de las redes sociales más conocidas y utilizadas, ésta nos advierte que tomará de nosotros la información que requiera para operaciones internas. La inmensa mayoría de estos servicios de Internet, que tiene acceso masivo, están disponibles y financiados por la publicidad. Así entonces, redes y correos hacen una minería de datos y un rastrillaje, no solamente en un nivel de búsqueda de palabras sino también en un nivel de búsqueda semántica. Es por esta razón que cuando dos personas están chateando acerca de dónde ir a cenar en la noche, nuevas ventanas aparecerán ofreciendo restaurantes y casas de comida cercanas a la ubicación GPS de ambas personas.

El fenómeno no es nuevo y desde el Concilio de Trento, finalizado en 1563, se impulsó fuertemente el registro de datos personales como los nacimientos, los matrimonios y los fallecimientos. A partir de 1932, con la aparición de medios de almacenamiento magnético, se logró el registro de enorme cantidad de datos y se abrió el camino a la futura centralización de los mismos. Hoy asistimos a un fenómeno nuevo: la capacidad de almacenamiento roza el infinito e Internet ofrece la posibilidad de la inmortalidad digital. El derecho a que se olviden de nosotros entra en conflicto con el derecho al saber público. Cada vez que una corte de justicia obliga a un gran buscador a desindexar una página de Internet, no hace más que sacarla de los resultados de búsqueda, que son sólo el 4 o 5% de Internet, y dificultan el acceso a esa página que, sin embargo, permanece en lo que se llama la Deep Web, web profunda. Esta representa el 95% de Internet y va adquiriendo más interés por ser un espacio sin regulación aunque también un territorio fértil para mafias, asesinos a sueldo y pornografía infantil.

Se hace necesario, en vistas de que la privacidad parece imposible en los nuevos tiempos digitales, hacer una distinción entre intimidad y privacidad. La intimidad puede entenderse como una parte de nuestra privacidad y así entonces todos los asuntos íntimos serán privados pero no todos los asuntos privados serán íntimos. La intimidad tiene que ver con los pensamientos y sentimientos profundos de las personas, con ese fondo insobornable que todos tenemos, tal como lo llamaba el filósofo español Ortega y Gasset, y que es insobornable no sólo para el dinero o el halago sino para la ética, la ciencia y la razón. Nuestra intimidad puede ser desconocida incluso por las personas más próximas a la vez que compartimos la vida privada con ellas y pretendemos que esté protegida de aquellos que están fuera del círculo cercano o familiar.

Quizás no podamos gestionar nuestra privacidad en redes sociales y correos electrónicos pero sí somos dueños de nuestra intimidad y de su protección. Deberíamos admitir que en el contexto actual de hiperconectividad todos somos un poco espías desde el momento que abrimos un muro por simple curiosidad o tomamos actitudes de vigilancia como las que, recientemente, nos permite el doble tilde de Whatsapp. La prohibición, restricción y regulación de Internet irá abriendo camino e interesando a personas en nuevos espacios que hasta ahora sólo eran habitados por narcotraficantes y pedófilos. No deberíamos perder de vista que cuánto más personalizado tenemos nuestro teléfono móvil (smartphone) menos privacidad tenemos. Se hace imperiosa una negociación inteligente y crítica que escape del discurso antitecnológico y del fanatismo tecnológico irreflexivo. En el fondo, nuestro presente, debe debatirse un asunto sempiterno: a mayor control y pedido de regulación menor es nuestra libertad.

Prof. Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital, Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina.