Bernard Suits presenta a la cigarra como ejemplificación y
elocuente expositora de la vida más digna de ser vivida y la cual consiste en
“jugar a juegos”. Su punto de partida es
indagar y buscar una definición de tal expresión sabiendo la desconfianza que
la comunidad filosófica tiene hacia las definiciones y que encuentra como
máximo expositor de este antidefinicionalismo ni más ni menos que al filósofo
austríaco Ludwig Wittgenstein. La cigarra, alter
ego de Suits, parte de la creencia común en la oposición entre el trabajo y
el juego. Mientras el trabajo es hacer cosas que tenemos que hacer y que
valoramos en aras de otras cosas, el juego es hacer cosas por el gusto de
hacerlas y que valoramos en sí mismas. Además, cuando trabajamos intentamos
emplear los medios más eficientes para alcanzar un fin deseado a diferencia de
cuando jugamos que elegimos intencionalmente medios ineficientes. Por ejemplo,
cuando jugamos al golf, el fin no es ubicar la pelota en el hoyo, que bien
podría hacerse de manera eficiente y directa con la mano, sino hacerlo de la
manera prescrita de acuerdo a las reglas. La actitud lúdica consiste en aceptar
las reglas constitutivas del juego y así Suits, a través de la cigarra, propone
una definición: “jugar a un juego es el intento voluntario de superar
obstáculos innecesarios.”
Suits describe tres tipos de comportamientos asociados a
“jugar a juegos”. Por un lado, los frívolos que son aquellos que siguen las
reglas pero cuyos movimientos no están enfocados en alcanzar un fin ya que el
frívolo puede tener otro propósito en la mente, por ejemplo, entregar todos los
peones a su rival en el juego de ajedrez. Esta persona no juega al ajedrez
aunque está operando dentro de lo que Suits llama la “institución” del ajedrez.
Por otro lado, los tramposos, aquellos que quieren alcanzar el fin del juego
pero violando las reglas. Operan dentro de la “institución” aunque no estén
realmente jugando al juego. Finalmente, los aguafiestas que no reconocen ni las
reglas ni los fines y que en términos de Johan Huizinga son aquellos que “no
entran en juego”.
El diálogo entre la cigarra y sus discípulas progresa
llegando a la conclusión de que no hay juegos sin reglas y que es posible
realizar una distinción entre juegos abiertos y cerrados. Los juegos abiertos,
generalmente cooperativos, son aquellos cuyos movimientos tienen como propósito
el continuo funcionamiento del sistema (dos personas se ponen a jugar ping pong
con la sola regla de mantener la pelota picando). En cambio, los juegos cerrados,
generalmente competitivos, son aquellos que tienen un fin que da por terminado
el juego (el jugador da jaque mate y el ajedrez finaliza). Esta distinción de
los juegos le permite a Suits introducir una observación antropológica y
política que asoma como una crítica a su presente mundo capitalista pero
también al marxismo soviético: la cigarra le explica a su discípula que es de
esperar que, en una sociedad futura y no orientada por el valor de la
dominación, se enfaticen los juegos abiertos. Sin embargo, no hay señales de
que los marxistas o socialistas tengan interés en los juegos abiertos ni en la
cooperación, más bien son antagónicos a cualquier investigación sobre
definiciones por considerarlas abstracciones vacías no explotables con fines
doctrinarios.
El mérito de Suits, a lo largo de los diálogos de la obra,
es haber dejado algunos interrogantes interesantes para el futuro donde el
autor prevé que las máquinas automatizadas harán todo el trabajo productivo y
los seres humanos se encontrarán ante el dilema de, o bien aburrirse por no
tener nada significativo que hacer, o bien descubrir actividades que resulten
valiosas en sí mismas. En este contexto, ¿cuál sería la vida que merece ser
vivida, la de la hormiga o la de la cigarra? ¿cómo sería un mundo cuyo
fundamento no sea el de la escasez sino el de la abundancia y la plenitud? La
cigarra delinea los contornos de un mundo utópico donde es posible realizar
algunas actividades útiles pero que son al mismo tiempo valiosas en sí mismas.
Es decir, un mundo donde el trabajar y el disfrutar encuentran un punto de
convergencia y donde siempre se hacen las cosas porque se quiere y nunca porque
se debe. En este mundo imaginado por Suits, llamado Utopía, los oficios se
convertirían en deportes y el albañil pudiendo realizar una casa apretando un
botón de una máquina (hoy pueden hacerse casas con impresoras 3D) preferiría
utilizar medios menos eficientes y obstáculos innecesarios. Utopía sería un
mundo donde las instituciones principales no serían las económicas, morales o
políticas, sino aquellas que fomenten el deporte y otros juegos.
Sin embargo, en las últimas páginas de la obra, la cigarra
parece tener una visión y el autor convertirse en un aguafiestas cuando
advierte el gran valor que atribuyen las personas a eso que llamamos
“utilidad”: la mayoría de la gente no querrá pasar su vida jugando a juegos y
no considerará digna la vida si no cree que está haciendo algo útil, ya sea
mantener a su familia o formular la teoría de la relatividad. Y aquí es donde
queda en evidencia el papel fundamental del valor que se le asigna a la
utilidad dentro de las sociedades occidentales. Suits nos invita a reflexionar
críticamente sobre creencias como las de la utilidad que, como diría Ortega,
son aquellas con las que contamos siempre y sin pausa, como agua para el pez,
supuestos básicos que dominan toda nuestra existencia.
Por último, Suits nos deja la inquietud sobre si acaso no es
necesario, como la hormiga, almacenar juegos, es decir, actividades valiosas en
sí mismas para cuando llegue un futuro tiempo, quizás un invierno, donde las
máquinas supriman el trabajo humano y todo se vuelva aburrimiento. Allí
entonces deberíamos ser capaces de contestar la pregunta incómoda de la
hormiga: ¿qué hicimos durante el verano?
Por Nicolás Martínez Sáez
Nota publicada en el diario Ámbito, Buenos Aires, Argentina: https://www.ambito.com/opiniones/juegos/bernard-suits-los-la-vida-y-la-utopia-n5503442