lunes, octubre 17, 2016

Entrevista a los cíborg Neil Harbisson y Moon Ribas: “Creo que donde va a haber más cíborgs es en África”

Neil Harbisson y Moon Ribas son amigos de la infancia. El primero es un activista cíborg que nació en Londres en 1982 con una condición visual llamada acromatopsia que le impide ver la totalidad de los colores salvo la escala de los grises. Con el tiempo decidió implantarse una antena en su cráneo para ver no solamente los colores que ve el ojo biológico que va del rojo al violeta, sino también los infrarrojos y los ultravioletas. Harbisson no sólo “reparó” su biología sino que se autodiseñó un nuevo sentido: la posibilidad de escuchar los colores y recibirlos desde cualquier parte del mundo a través de Internet. Su par española, Moon Ribas, llamada la “mujer terremoto” es una artista y bailarina cíborg con un implante sísmico online en su brazo. Percibe los terremotos en todo el globo terráqueo que se suceden en intervalos de escasos minutos; cada vez que hay un terremoto el chip vibra y el movimiento se traduce en una coreografía.

Para ambos cíborgs hemos llegado a cierto momento humano donde somos, por lo menos, cíborgs psicológicos. Decimos “me quedé sin batería” en lugar de decir “el teléfono no tiene batería”. Es decir, hablamos como si el teléfono fuera parte de nuestro cuerpo. Imaginemos lo que ocurre con un bypass o con los lentes de contacto. Para Neil y Moon sus devices incorporados son su cuerpo, parte de su cuerpo como cualquier otro órgano y es, algo que señalan con vehemencia, su identidad la que se encuentra  en peligro cuando le solicitan a Neil que se retire su antena para tomarse la fotografía del pasaporte.

Harbisson y Moon nos invitan a dar un paso más, a modificar nuestros cerebros con diseños de nuevos sentidos ¿Por qué en lugar de gastar dinero iluminando los espacios que habitamos no nos añadimos un nuevo ojo de visión nocturna? ¿Qué tan útil nos podría resultar un ojo retrovisor en lugar de un espejo retrovisor en el automóvil? La idea-fuerza es que llegó el momento de diseñar ya no solo a nuestro entorno sino a nosotros mismos: autodiseñarnos.

Ambos son activistas, promueven, divulgan y tratan de gestionar sus identidades cíborgs y conseguir su reconocimiento. Y también nos invitan a todos a ser cíborgs. Según Harbisson, cualquiera, en cualquier parte del mundo, en cualquier momento y con tan solo algo de voluntad, lo puede ser y lo puede hacer.

En el año 2010 Harbisson y Ribas crearon la Cyborg Foundation con el fin de incentivar la ampliación de sentidos y capacidades humanas mediante la creación y aplicación de extensiones cibernéticas en el cuerpo humano, promover el uso de la cibernética en eventos culturales y defender los derechos de los cíborgs.

Aquí compartimos el dialogo que tuvimos con ellos luego de sus conferencia.

¿Cuál es tu opinión sobre el transhumanismo?

Neil Harbisson: El transhumanismo es grande y abarca muchos pensamientos. Nosotros tenemos una mirada más horizontal que otros transhumanistas. Para nosotros, ser cíborgs, no es mejor ni peor sino que es una más de las especies que puede haber. Nosotros no somos transhumanos sino transespecie y estamos pensando mucho más en esta evolución horizontal que en la vertical.

El transhumanismo habla de la “muerte como una opción”. La tecnología en los términos en que la presentan, ¿puede superar la frontera de la muerte biológica?  Si es así, ¿estamos ante la puerta de una nueva religión cíborg?

Neil Harbisson: Tú puedes decidir cuándo morir. Si quieres morir hoy, puedes hacerlo. El hecho de vivir más o menos creo que también lo puedes decidir porque la duración de tu vida depende de ti y no del tiempo, aunque te lo hagan creer. A alguien 20 años puede ser mucho y a otro puede irse volando. Si tienes un órgano que te permita controlar tu percepción del tiempo puedes hacer que tu vida dure muchísimo más y entonces puedes decidir cuándo quieres morir. Creo que modificando el cerebro podemos modificar la duración de nuestras vidas porque todo está ahí dentro. Y en vez de buscar fórmulas para que nuestros cuerpos no mueran nunca, creo que es mucho más acertado buscar fórmulas para que nuestro cerebro no muera nunca.

En los últimos años, con el desarrollo capitalista, la tecnología avanzó hasta un punto tal que nos permite modificar totalmente el mundo en función de las necesidades humanas. Muchas veces esas modificaciones se hacen al costo mismo de la naturaleza, del ambiente y terminan incluso siendo perjudiciales para las personas mismas. ¿En qué medida este movimiento cíborg podría superar esa especie de escisión entre hombre y naturaleza, si es que la puede superar y cómo colaboraría para eso?

Moon Ribas: Creo que ni nosotros mismos sabemos cómo es nuestro planeta. Ahora que he sentido terremotos durante tres años me doy cuenta de que es increíble que hayamos construido ciudades al borde de las placas tectónicas. Si conociéramos más y entendiéramos más nuestro planeta, no nos comportaríamos como nos estamos comportando ni construiríamos ciudades como las hemos construido. Yo creo que tenemos que aprender a vivir en nuestro propio planeta. En vez de cambiar todo el rato nuestro entorno a nuestras propias necesidades tenemos que cambiarnos a nosotros mismos para adaptarnos más a nuestro planeta. Yo creo que, el movimiento cíborg, en vez de alejarnos de la naturaleza nos puede unir más a ella y entenderla mejor. También a otras especies y en lugar de sentirnos superiores o alejados de los animales, yo creo que tenemos que admirarlos y aprender de ellos. Si sólo cogemos un sentido que un animal tiene, nuestra percepción del planeta puede cambiar y ser emocionante.

En un mundo tan horroroso como el que vivimos, lo que ustedes postulan ¿no es a la vez banal y horrible? ¿Cómo podrían democratizar su propuesta de hacerse cíborgs?

Neil Harbisson: De todos los que me mandan colores, el que más me manda es el de África y es el que más buena conexión a Internet tiene respecto a los otros. En el futuro nos vamos a sorprender porque creo que donde va a haber más cíborgs es en África porque no es la cuestión del dinero lo importante para hacerse cíborg sino la cuestión de perder el miedo a modificarse a uno mismo. Yo creo que la tecnología es lo más democrático que hay, de hecho, todos los desarrollos que estamos haciendo son open source y si tú quieres hacerte mi antena te la puedes hacer y crear tú mismo. Todos los sentidos que se están creando no son cerrados sino que cada persona puede acceder a un código y crearse sus propios sentidos. Además, cuando haya impresoras 3D, será aun más fácil crear estos órganos de sentidos.

Entrevistaron: Libertad Martínez (Profesora en Filosofía y Artista), Edgardo Reynaldi (Profesor en Filosofía y Diseñador) y Nicolás Martínez Sáez (Profesor en filosofía e Ingeniero)


Photo: Santiago Vellini

Nota publicada en el diario La Capital, Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina. 


lunes, agosto 01, 2016

José Ortega y Gasset en la Argentina: entre halagos y críticas

Se cuenta que cuando al escritor británico G. K. Chesterton le preguntaron qué opinión tenía de los franceses, respondió: “No los conozco a todos”. Hay aquí un problema filosófico, de raíces medievales, dificultosísimo: ¿es posible hablar en términos universales sobre cosas o personas particulares?

Cuando en 1916, el filósofo español José Ortega y Gasset arribó, por primera vez a nuestro país, sabía muy bien que, al momento de pensar, lo que hacemos es dislocar lo real y, por lo tanto, todo concepto es siempre una exageración y, en ese sentido, una falsificación. La exageración es el momento de creación que tiene el pensamiento. Ortega ofreció otro reparo a la hora de analizar, con su bisturí intelectual, al “ser argentino”. Él mismo se consideraba un “entusiasta que pasa”, un “argentino imaginario” del cual no podría surgir, como tampoco era de esperar de un extranjero, ninguna verdad acerca del argentino. El extranjero forma opiniones desdibujadas del país que visita pero éstas deben ser aprovechadas. Ortega remata con una expresión paradójica: “la verdad del viajero es su error” y, por poco interesante que sea el alma del extranjero, debe interesar la línea de su error. ¿Por qué éste erra en tal punto y no en otro?

¿Qué dijo Ortega, acerca de los argentinos, durante su primera visita? En Impresiones de un viajero, sostiene que se ha encontrado con un pueblo lleno de afanes y libre de envidias. Decide no hablar de la riqueza, ni del “heroísmo cereal y ganadero”, al que admira, sino que hace notar el volumen poroso de la nación, donde pueden entrar hombres de toda raza, de toda lengua, de toda religión y de toda costumbre. Además, junto a este poder atractivo, encuentra un talento para absorber a todos estos hombres en la unidad de un Estado. El pueblo criollo, le parece a Ortega, un pueblo con talento socializador de Estado, al que se le hace necesario el cultivo de actividades sobre-económicas cuanto mayor es su desproporción frente a las utilitarias y practicistas. Ésta es la misión que debe asumir la Universidad, que el filósofo español ve como el instrumento para la labranza de los pueblos.

Don José Ortega y Gasset volvió a la Argentina en 1928 y a través de dos ensayos, La Pampa….Promesas y El hombre a la defensiva, se hizo paso para descender a las profundidades del alma argentina. En el primer ensayo, Ortega refleja su sentirse invadido por la extensión pampeana mientras viaja en tren camino de Mendoza. Advierte que la Pampa se mira comenzando por su confín, por su órgano de promesas, y concluye que acaso lo esencial de la vida argentina es eso, ser promesa. La Pampa promete, promete y promete, es pura abundancia que hace que nadie viva donde está sino en la lejanía, delante de sí mismo. Las ruedas de los molinos mecánicos de la Pampa prometen y aspiran a ser ruedas de la fortuna. Pero cuando las promesas no se cumplen, queda el hombre argentino atónito y mutilado. Así entonces, el alma criolla se llena de promesas heridas y sufre de un descontento radical. El criollo, remarca Ortega, no asiste a su vida efectiva, sino que se la pasa fuera de sí, instalado en la otra, en la vida prometida, y es por eso que en el argentino predomina, como acaso en ningún otro hombre, esa sensación de una vida evaporada sin que sea advertida. En el segundo ensayo, El hombre a la defensiva, Ortega insiste en el tópico de su primera visita: el grado de madurez a que ha llegado la idea de Estado. Pero el Estado que encuentra Ortega, en tiempos de Hipólito Yrigoyen, le parece un Estado rígido, separado por completo de la espontaneidad social, vuelto frente a ella y con rebosante autoridad sobre individuos y grupos particulares. A veces, Buenos Aires, le hace acordar a Berlín cuando ve asomar por dondequiera el perfil de gendarme de las instituciones públicas. Descubre que el pueblo argentino no se contenta con ser una nación entre otras: quiere un destino peraltado, exige de sí mismo un futuro soberbio y está resuelto a mandar porque tiene vocación imperial. (Nota marginal: ¿habrá pensado lo mismo aquel fugaz ex presidente cuando dijo que “los argentinos estamos condenados al éxito”?) Pero la altanería de los proyectos tiene inconvenientes, y Ortega advierte el peligro que implica que los argentinos, de puro mirar su propio proyecto, olviden que aún no lo han cumplido y acaben de creerse ya perfectos. Y esto atentaría con el efectivo proyecto, ya que no hay manera más cierta de no mejorar que creerse óptimo. Ortega, ante este Estado, que le parece arrollador y triturador de toda voluntad indócil que se resiste, pregunta: “¿no hay demasiado orden en Argentina? ¿no se ha dejado influir Argentina por esa valoración hipertrófica del Estado, que transitoriamente, padecen las naciones europeas?”.

Respecto a la vida y al trato cotidiano, Ortega señala diferencias en sus experiencias con hombres y mujeres. Cuando se tiene delante a un argentino típico, el filósofo español, nota que algo impide comunicarse con él. Observa como si aquel hombre, presente ante él, estuviese en verdad ausente, es decir, como faltando a su propia autenticidad porque su palabra y gesto no se producen desde un fondo vital íntimo sino como fabricados expresamente para el uso externo. Por eso, Ortega afirma que el varón argentino es un hombre a la defensiva. Al europeo no le sale una conversación si no es un canje de intimidades, en cambio, el argentino no se abandona y cuando el prójimo se acerca, hermetiza más su alma y se dispone a la defensa. Cuando se intenta hablar con él de política, de ciencia o de cualquier otra cuestión, tiene su energía puesta no sobre el asunto a conversar sino ocupada en defender a su propia persona. Este vivir del argentino en estado de sitio, cuando nadie lo asedia, le parece a Ortega una propensión superlativamente extraña. En vez de estar viviendo activamente lo mismo que pretende ser, en vez de estar sumido en su oficio o destino, se coloca fuera de él y muestra su posición social como se muestra un monumento. Es esta actitud defensiva lo que hace que el argentino ocupe la mayor parte de su vida en impedirse vivir con autenticidad. Ortega explica este fenómeno del “argentino a la defensiva” admitiendo dos hipótesis: (1) que en la Argentina, el puesto o función social de un individuo se halla siempre en peligro por el apetito de otros hacia él y la audacia con que intentan arrebatarlo y (2) que el individuo mismo no siente su conciencia tranquila respecto a la plenitud de títulos con que ocupa aquel puesto o rango.

Para Ortega, la sociedad argentina no se ha habituado a exigir competencia y, a la presión suscitada de los demás, se añade una inseguridad íntima que es preciso compensar adoptando un gesto convencional e insincero para convencer al contorno de que se es efectivamente lo que se representa. Así pues, señala que cuando el argentino procura convencer a los demás del lugar y la importancia de él mismo, de paso, intenta convencerse a sí mismo. El individuo argentino no llega a un puesto, oficio o rango por una necesidad interna, en virtud de un pasado de preparación y esfuerzo, sino más bien que se encuentra súbitamente dentro de él. No hay adherencia entre el individuo y su figura social. El argentino resbala sobre toda ocupación y vocación. No se trata de que esté mal dotado, sino que no se ha adscripto nunca a la actividad que ejerce, no la considera definitiva sino como una etapa transitoria para avanzar en su fortuna y en jerarquía social. Este modo de vivir escinde a la persona en dos: su intimidad auténtica y su figura social o papel. Aquí encuentra Ortega el motivo por el cual resulta difícil la comunicación con el argentino: él mismo no se comunica consigo.

A pesar de lo dicho, Ortega niega que el argentino sea un ser egoísta porque con egoístas no se podría hacer, en un siglo, un pueblo del porte como el de Argentina. El argentino no tiene puesta su vida en nada, pero tampoco es su persona lo que más le importa sino, lo que le preocupa, es la idea que él tiene de su persona. El egoísta es un hombre sin ideal que no trasciende a sí mismo. En cambio, el argentino es un frenético idealista ya que tiene puesta su vida en una cosa que no es él mismo sino la idea que tiene de sí mismo. Vive atento a una figura ideal que de sí mismo posee, se gusta a sí mismo y lo que gusta no tiene por qué parecer lo mejor del mundo, basta que guste. El argentino nace con una fe ciega en el destino glorioso de su pueblo y es ello una de las grandes fuerzas que empujan al país. Ortega sentencia: “el argentino es demasiado Narciso”, vive absorto en la atención de su propia imagen y lo grave es que se acostumbra el individuo a negar su ser espontáneo en beneficio del personaje imaginario que cree ser y, por lo tanto, al intentar hablar con él y buscar su intimidad, nos presenta su imagen ideal.

La última visita de Ortega a la Argentina fue en 1939 y allí pronunció, en una conferencia conocida como Meditación del pueblo joven, unas palabras que quedaron en la memoria de las siguientes generaciones: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcicismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal.” En este último viaje, Ortega sentía que la vida argentina tenía otra edad que la de Europa, era una vida adolescente y, por lo tanto, descontenta, habituada a sentir angustias, de apetitos indecisos y vastos que no se logran nunca pero donde las pasiones funcionan a toda máquina con plenos y recién hechos resortes. Ortega afirma venir a llevarse lo que sobra en Argentina: juventud, aquello que le poda decrepitudes y lo instaura en vida nueva.

El filósofo español no simplemente habló con y para los hombres argentinos, también dedicó una meditación a las argentinas y mujeres sudamericanas. En Meditación de la criolla intentó esbozar una psicología de la criolla. Sostuvo que ésta es vehemente, porque vive en constante lujo vital sin estar ante nada escasa de reacción y, a diferencia del hombre argentino, está siempre yendo a las cosas y personas, en vía tensa hacia ellas. También es espontánea, porque vive de lo que en su intimidad nace y brota. Es auténtica por estar instalada dentro de la más normal normalidad y, desde allí, siempre es un poco otra cosa que lo normal. Gracia y molicie son dos características con las que cierra esta descripción de la mujer criolla: la gracia en sus gestos, ademanes, posturas, expresiones y travesuras, y la molicie porque la criolla es muelle, ni dura ni etérea, sino justo medio.

Parece ser que algunos porteños le reprocharon al filósofo que sólo hablaba de las virtudes de la criolla y no de sus defectos. Como respuesta, reconoció en los porteños una morbosa complacencia en recoger lo defectuoso y lo desgraciado de las cosas como si se tratase de pepitas de oro. Vio en el porteño una viviente objeción hacia los demás donde cada cual parece ocuparse más que en vivir, en detener, trabar y frenar la vida de los demás.

Quizás a algún lector le provoque espanto las impresiones de Ortega sobre los argentinos pero, sus centenarias observaciones, adquieren actualidad con motivo de nuestro bicentenario, no por ser observaciones exactas ni que se correspondan, así sin más, a nuestra realidad sino por ser útiles para volver a pensar la identidad argentina en un ejercicio que tenga más de un rumiar pausado que de una vejación hacia el extranjero.

Prof. Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital, Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina.



sábado, enero 30, 2016

Big Data: ¿revolución o dictadura?

“Estimado cliente, debido a la frecuencia cardíaca registrada por su reloj inteligente (smartwatch), durante los últimos cinco años, lamentamos notificarle que hemos rechazado su solicitud para adherirse a nuestros servicio de salud prepaga”. No es de extrañar que, en los próximos años, mensajes de este tipo sean cada vez más frecuentes en nuestra vida cotidiana. Al afán por registrar digitalmente todo, todo el tiempo, le seguirá lo que algunos han llamado el oro del siglo XXI: el “Big Data”, del cual, está todo por pensar y, también, todo por escribir.

Cuando efectuamos una búsqueda en Google, hacemos un clic en el botón “Me gusta” de Facebook o compartimos algo en la red, no dejamos de alimentar a inmensas bases de datos dispersas alrededor del mundo que registran los miles de miles de millones de operaciones que día a día realizamos los usuarios de Internet. Vivimos en la Era del Big Data, o como ha sido traducido al español, la Era de los Datos Masivos. La capacidad de almacenamiento digital casi ilimitada, el bajo costo de las memorias y el amplio uso de teléfonos, relojes y otros dispositivos inteligentes hacen posible nuevas formas de comprender, explicar y actuar en el mundo.

En un artículo polémico del año 2008, publicado en la revista Wired y  titulado “El Fin de la Teoría: el diluvio de datos hará obsoleto el método científico”, el escritor Chris Anderson sostuvo que los científicos no deben conformarse con modelos incompletos o equivocados y ni siquiera debieran trabajar utilizando modelos teóricos. La masividad de datos almacenados permite otro tipo de análisis que reemplaza la conjetura, el análisis causal o semántico por la correlación fundada en las matemáticas aplicadas. Es por esto que el método de Google, ideal de trabajo para los futuros científicos, puede traducir entre idiomas sin “conocerlos” y posibilitar que los empleados que trabajan en el servicio de traducción español-chino no tengan que saber absolutamente nada del idioma chino. Todo se resuelve con datos sin necesidad de conocer teoría alguna. Si los modelos son siempre imperfectos e incompletos respecto a la totalidad de la realidad, ¿por qué no “escuchar” lo que nos dice la perfecta y objetiva totalidad de los datos?. La correlación permite vincular, dentro del mar de datos,  una variable con otra sin necesidad de recurrir a modelo teórico alguno. Anderson sostiene que no debe interesarnos por qué la gente hace lo que hace sino simplemente saber que lo hace, y a partir de un gran número de datos podremos medir, seguir y predecir casi cualquier cosa. De esta manera, propone olvidar las taxonomías, la ontología y la psicología. Con una cantidad suficiente, los datos “hablarán” por sí solos sin necesidad de teoría previa. Antes del Big Data, los científicos consideraban que los datos sin modelo eran puro ruido. Ahora, los datos masivos hacen obsoletas a las hipótesis, los modelos y los testeos. En el año 2013, Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier escribieron un libro ineludible para todo aquel que quiera adentrarse en el tema: “Big Data: la revolución de los datos masivos”. Allí profundizaron las ideas de Anderson sosteniendo que los datos masivos son un paso importante en el esfuerzo de la humanidad por cuantificar y comprender el mundo. Los datos masivos llevarían a que la sociedad abandone su preferencia por la causalidad y aproveche los beneficios de la correlación: predecir atascos en las rutas, prevenir enfermedades y detener delincuentes antes de que delincan serían algunos de los beneficios que Schönberger y Cukier vislumbran para el futuro. A pesar de presentar al Big Data en su aspecto más positivo y revolucionario para la humanidad, los autores señalan los peligros a los que nos puede conducir una dictadura de los datos. Aclaran que al igual que la imprenta que preparó el terreno para las leyes que garantizaban la libertad de expresión - que no existían antes, al haber tan poca expresión escrita por proteger - la Era de los Datos Masivos precisará nuevas reglas para salvaguardar la inviolabilidad del individuo.

El auge de las nuevas tecnologías ha hecho borrosas las fronteras entre lo público y lo privado. Sin embargo, la cuestión de la privacidad parece desplazarse fuera de esta dicotomía desde el momento en que miles de millones de personas comparten gustosamente sus datos en las redes sociales. ¿Tiene todavía sentido hablar de proteger nuestra privacidad cuando compartimos indiscriminadamente nuestros datos (videos, fotos, pensamientos etc.) en Internet? Se hace necesario reorientar nuestra mirada hacia la responsabilidad individual en el uso de las nuevas tecnologías para no recaer en un victimismo justificado en expresiones como “los datos me obligaron a hacerlo” y que convierta al Big Data en un chivo expiatorio donde depositar todas nuestras culpas y frustraciones.

Llamativamente, y al compás de gran parte de los desarrollos filosóficos del siglo XX y XXI, Schönberger y Cukier sostienen que una vez más nos encontramos en un callejón sin salida en el que “Dios ha muerto”, es decir, que las certezas en las que creíamos están cambiando una vez más, pero, al decir de los autores, esta vez están siendo reemplazadas irónicamente por pruebas más sólidas. La frase “Dios ha muerto”, popularizada por el filósofo alemán Federico Nietzsche ha sido interpretada como una afrenta directa al cristianismo pero que incluye, a su vez también, a toda la tradición filosófica occidental que va de Sócrates en adelante y que ha postulado, de diferente manera, la idea de un mundo verdadero y no terrenal contrapuesto a otro de la apariencia y sensible. El término “Dios” puede ser reemplazado, en el pensamiento de Nietzsche, para designar al mundo suprasensible, es decir, al ámbito de los valores e ideales espirituales que constituyeron, históricamente, el fundamento del pensamiento occidental. Para nombrar a este movimiento histórico donde los valores supremos van perdiendo vigencia, Nietzsche utiliza la expresión “Nihilismo”.

En 1887 Nietzsche sostiene proféticamente que el Nihilismo es falta de metas y de respuestas a la pregunta “¿por qué?”. Es exactamente esto, tal como lo afirman sus promotores, lo que hace del Big Data una nueva manera de comprender el mundo, prescindiendo de la pregunta del porqué y de toda búsqueda de causas que expliquen la realidad. El Big Data constituye una nueva manifestación del Nihilismo que pretende ocupar el lugar del Dios muerto. El dato objetivo, incuestionable, evidente e inapelable aparece dentro de nuestro horizonte cultural como el nuevo Dios a cuyos pies debemos rendirnos. Pensar o actuar contra la evidencia de los datos será propio de aquellos cuya razón se encuentre trastocada por alguna emoción “irracional” o, bien, por una fe “ingenua”. Sin embargo, ambas formas de obrar serán el ámbito de resistencia y de defensa de la libertad individual.

Indiferenciadas, filosofía y ciencia occidental, surgen en el siglo VII a.C. motivadas por el asombro, la duda y las situaciones límites que llevan a la búsqueda sin término de fundamentos últimos y constitutivos de la realidad. Preguntar el porqué de las cosas es lo opuesto a aceptar acríticamente que “las cosas son así”. El abandono del “¿por qué?” es la renuncia a la pregunta auténticamente filosófica frente a un espíritu de época que, montado en la ola de la revolución tecnológica, prefiere cuantificar y datificar todo lo viviente en lugar de pensar y examinarlo. No otra cosa quería decir el maestro griego Sócrates cuando afirmaba que una vida sin examen no merece ser vivida.

Prof. Nicolás Martínez Sáez

Nota publicada en el diario La Capital de Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina.
Link: http://www.lacapitalmdp.com/noticias/Espectaculos/2016/01/09/293422.htm